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  • Carlos P. Jordá

Feminismo, rap real y alcohol; un día con Masta Quba y princejaguar.

Actualizado: 15 jul 2021

“Quise comerme al mundo;

lo escupí, me supo a mierda”


Hay veces que cualquier excusa es buena para beber: que si los dolores comunes de la existencia, que si las millones de razones para estar vivo; que el calor, que el frío; una boda, un divorcio; dramas, comedias; la música, el silencio; la compañía, la soledad… Sin embargo, el día que conocí a Quba, simplemente amanecí con un antojo injustificado de alterar con alcohol mi estado de consciencia.


Realmente no tenía nada que festejar ni penas para ahogar, además el sabor nunca ha sido algo que me motive, de hecho podría enlistar al menos 100 cosas que me hacen salivar más que imaginar cualquier espirituoso fluyendo por mi paladar—en primer lugar tenemos, invariablemente, uno de esos limones grandes, lisos y brillosos, partido a la mitad y espolvoreado con sal (mmm)—. ¿Los efectos? Sí, bueno, esos ya son un tema aparte.


En mi caso particular, diría que me gusta ese letargo de la barrera cerebral que impide que se diga todo lo que se piensa y que se haga todo lo que se desea; ya saben, esa ligereza para franquear la inhibición social. Y no es que sea una necesidad, de cualquier manera, aunque sea con cierto recelo, usualmente digo lo que siento y actúo como quiero; el alcohol es sólo un catalizador que acelera, y a veces esquiva, todo los procesos mentales que me hacen juzgarme a mí mismo. Cabe aclarar que la línea que divide la elocuencia y picardía de una boca que ha bebido lo justo, de la torpeza, insensatez e insensibilidad de una lengua completamente embriagada, es muy delgada. Mi rol predilecto es el del equilibrista que se balancea sobre esa cuerda floja.


En fin, fue un gran día este que estoy por relatar, y así de bien pintaba la cosa desde temprano. Me ejercité siguiendo la rutina recomendada por una aplicación que descargué hace algunos meses; di un paseo con mis perras; desayuné un mango, dos gorditas, una taza de café y dos cigarros. Avancé en mi lectura, anotando en el camino las palabras que desconocía, y después transcribí mis sueños en verso, costumbre que llevaba unos días tratando de adoptar. Creo que hasta me bañé. Les digo que no tenía ninguna razón específica para beber, ni siquiera estaba nervioso, y eso que me tocaba convivir con desconocidos, lo cual siempre crea un ambiente propicio para que mi ansiedad siembre sus huevecillos.


Carlos P. Jordá por Pato Pacheco.

Tras casi un semestre de vacaciones obligadas —por diversas causas—, ya era tiempo de trabajar de nuevo para una sesión de Out of the Box, y lejos de molestarme por laburar un sábado, estaba entusiasmado. Quizás algo tendría que ver con las palabras de doña Beni, la dueña del puesto de garnachas donde almorzamos el día anterior mi padre y yo; “no, mija, yo no puedo estar encerrada. ¡Hasta para ser huevón se necesita gracia!”.


Así le respondió a una marchanta que preguntaba por qué no se quedaba en casa para evitar el riesgo de ser contagiada, pero por un instante juré que doña Beni me hablaba a mí. Aquel era uno de esos conocimientos luminosos que dejan pistas por todos lados, y que, sin embargo, no se interiorizan hasta que alguien de afuera hace mención de ellos en voz alta, ¿me explico? Pasa que a fechas recientes, y cada vez con más frecuencia, hallaba hartas dificultades para contemplar la nada; actividad para la cual, por cierto, yo creía tener un talento nato.


Y digo, tampoco es que ocupe todo el tiempo de desempleo en sacar las pelusas de mi ombligo, pues, ya sea en la computadora o dentro de mi cabeza, generalmente estoy dándole vueltas a una historia que se me ha ocurrido. Lo cierto es que escribir encerrado, usando como materia prima únicamente lo que dicta el imaginario, es más complejo que pararse en el campo; donde todo sucede y basta con relatar la verdad.


Y vaya que la verdad es vasta. Además es bien sabido que el alcohol puede sacar a relucir verdades profundamente inhumadas en el alma humana. Sí, tal vez por eso amanecí con antojo de un trago o dos, o ¿quién sabe?, capaz que inconscientemente estaba festejando mi vuelta a las andadas de reportero, o el día del trabajo —ah, sí, porque era primero de mayo—. Igual no tenía ganas de escarbar mucho en los abismos de mis motivaciones; aquella vez que conocí a Masta Quba, sólo sabía que tenía ganas de beber.

Masta Quba por Pato Pacheco.

Muy poco tardé en ceder a mis apetitos. El llamado mío estaba marcado a mediodía en el itinerario de la sesión, y aunque las manecillas ya pasaban de la una cuando salí de casa, me detuve en el primer Oxxo[1] que se me atravesó. Compré un cuarto de bourbon y, antes de encender el vocho para retomar la marcha hacia Verbos y Vibras, me deshice del cubrebocas para humectar mis labios con el dulce destilado. El conductor del auto aledaño —le calculo unos 58 años— , desaprobaba con la cabeza mi actuar, sin embargo mi espíritu se mantuvo apacible —¿acaso altivo?—. Ajusté el reproductor de cassettes hasta escuchar la voz de Julian Casablancas, y luego me hice uno con el camino durante 10 minutos.


Pensándolo bien, sí tenía algo de especial este día; me encontraba particularmente relajado, y esto se debía a dos razones que ahora, viéndolo en retrospectiva, he identificado perfectamente. En primer lugar, no era yo en esta ocasión el responsable de conducir El Porrazo, la entrevista desenfadada que irónicamente siempre logra alterar mis nervios. Cualquiera que me haya leído en entregas anteriores, sabe que mi neurosis suele ser el hilo conductor de crónicas como esta y, por lo mismo, ya se imaginarán el peso que me quitaba de encima saber que no estaría expuesto ante una cámara de video durante la jornada que tenía por delante.


Behind the scenes con Masta Quba por Anyel Baez.

Lo segundo es que, para variar —y no es sarcasmo—, aquella tarde de sábado me dirigía a cumplir mis compromisos impulsado por esos aires, seguros y calmos, de quien ha hecho la tarea. La desocupación laboral me permitió llevar a cabo una investigación adecuada antes de conocer a la artista invitada, cosa que nunca antes había hecho para este tipo de sesiones, o al menos no tan a conciencia. La semana previa a la cita estuve escuchando sus canciones en Spotify, curioseando en sus redes sociales y saltando entre sus colaboraciones y entrevistas en Youtube. Así conseguí anotar algunas preguntas salvavidas en mi cuaderno; pensar en temas a tratar que me parecían interesantes; y, por supuesto, hacerme una ligera idea de quién era Masta Quba y de lo que hacía.



Rapera mexicana; de piel morena, cabello negro y ojos tan oscuros como se puede; con la mirada a veces agresiva, a veces triste y a veces momentanea, o distantemente feliz —o eso me pareció a mí, ya saben cómo son las primeras impresiones—. De letras tajantes. Algunos de sus coros eran de los que se te quedan en la mente, y los repites cada tanto aunque no esté sonando la canción; y fueron varios los versos que me incomodaron por la realidad que plasman. Renglones dignos de un himno feminista que incluso me parecía haber escuchado antes.


A esas alturas del 2021, yo ya no era ajeno al movimiento que Quba y la mayoría de su obra representan, ni estaba cegado ante el problema tan putrefacto y arraigado que significan el machismo, la misoginia y el patriarcado para nuestra sociedad, sin embargo, no dejó de ser una sorpresa —con dejos de vergüenza, he de admitir— notar la fecha en la cual se había publicado, desde una cuenta distinta a la de la artista, uno de los videos que encontré.


Aquella interpretación, grabada en las calles del centro de Querétaro, de Así era ella —canción del colectivo Batallones Femeninos que cuenta la lúgubre historia de una niña de 17 años; secuestrada, violada, torturada y asesinada— databa del 2016, y era la misma Quba quien señalaba que, en ese entonces, se registraban más de siete mujeres al día que en México no regresaban a casa. Recuerdo que en 2019, cuando por fin me asomé fuera del velo de privilegio detrás del cual vivía por el simple hecho de haber nacido varón, los medios anunciaban que eran alrededor de 10 los feminicidios diarios en el país. Al término del 2020, ese año que la historia recordará como trágico para toda la humanidad, la cifra ascendía a 11.



De nuevo; a esas alturas del 2021, yo ya no era ajeno a todo esto, por ello que, aunque no tenía el dato preciso, me parecía lógico que este número macabro siguiera a la alza. <<¿Tenías la cabeza metida debajo de una roca en 2016 o qué chingados?>>: me recriminaba a mí mismo, casi con el mismo asco con el cual todavía recuerdo mis actitudes machistas de un pasado no muy lejano, y con el cual lamento las que aún tengo y ni siquiera soy consciente.

Por eso, además de relajado, ese día tocaba el timbre de Verbos y Vibras entusiasmado por encontrarme con Masta Quba. Porque, al parecer, la ansiedad social se disipa cuando de antemano sabes que vas a conocer a alguien que puede enseñarte justo lo que necesitas aprender. Así iría la cosa con Quba aquel primero de mayo de 2021, y también con Roger, aunque creo que ni le pregunté cómo se llamaba cuando me abrió el portón de aquel recinto en el barrio queretano de Hércules.


Verbos y Vibras es una casa con múltiples habitantes y un espacio cultural donde no es raro que una visita atienda la puerta, por ello mi desconcierto fue nulo al ser recibido por un desconocido. Ya llegaría el momento de averiguar que se trataba de Roger; un productor musical y rapero que, aparte de ser la pareja de Quba, trabajaba con ella. Incluso más tarde hablaríamos de su procedencia y de sus diversos alías, pero de momento, para mí sólo era un sujeto con acento ibérico cuya calvicie no le quitaba lo bien parecido, y que me recibía en ese lugar que no tardaría en hacerle honor a su nombre


princejaguar por Pato Pacheco.

Adentro, debajo del pirul que dota de sombra al patio frontal, mis colegas de Out of the Box tenían las manos y la atención puestas en todo el ajetreo que implica el montaje del set, sin embargo César advirtió mi presencia a la distancia y me dedicó un efusivo: “¡qué milagrazo!”. En verdad hacía tiempo que no nos reuníamos y, para ser franco, ya extrañaba esos chinos semi rubios y esa pasión que mi amigo le imprime hasta a los saludos. “Rato sin verlo, señor”, dijo Pato cuando nuestros caminos se cruzaron, y Anyel me dio la bienvenida con un sencillo y acogedor: “hola Charlie”.


Gladys no estaba a la vista, pero ya aparecería. Por lo pronto yo había localizado a Quba, y ya planteaba mi instalación lo más cerca de ella que la sana distancia permitiera. Hubiera preferido una silla, sin embargo mi mejor opción —quizás la única— era un banco de madera sin respaldo; allí delante del horno de adobe donde más tarde se harían las pizzas para la cena; a un costado de la rapera.

—Hola —saludé mientras trataba de encontrar la posición menos lacerante para mis nalgas de puro hueso.

—Hola —contestó Quba.

—¿Cómo estás?

—Bien pinche acalorada.

—Ya sé...


A pesar de que sus manos hacían de abanicos desesperados desde antes de mi pregunta, obviamente yo no sabía nada de su temperatura corporal. A lo que me refería con “ya sé”[1] , era a las infernales condiciones climáticas que azotaban al país. En algún lugar había leído que la sequía del año en curso se perfilaba a ser la peor en décadas, y me bastaba lo que observaba para constatar que las consecuencias del calentamiento global se estaban manifestando más que nunca. Ni siquiera me había presentado formalmente con Roger y Quba, pero igual me solté a contarles con detalles que estuve en la granizada a mitad de semana en la ciudad de México, donde, al igual que en Querétaro, los últimos meses solamente había llovido a brisas ligeras y fugaces; de esas que manchan los cristales y escandalizan únicamente a quienes han dejado la ropa en el tendedero.


Si no mal recuerdo, él dijo que había visto fotos en la red, y ella comentó que unas amigas suyas también presenciaron el fenómeno. He ahí mi forma de romper el hielo, cual granizo cayendo al suelo. Les digo que estaba relajado ese día. De mi mochila saqué una libreta, mi pluma y el bourbon. Luego de beber un sorbo y de ofrecerle a las visitas —ambas declinaron la oferta—, me propuse inaugurar oficialmente mi jornada de trabajo, que consiste básicamente en hacer preguntas y anotar lo que creo merecedor de ser recordado con la mayor precisión. Empecé con lo obvio:


—¿Qué te pasó?


Quba no usaba ningún tipo de vendaje, pero la muleta que sostenía, aun estando sentada, era evidencia suficiente para intuir que algún suceso la obligaba a usar un apoyo al andar.


—Me rompí el peroné.

—¿¡Pero cómo!?

—Se me acabó la banqueta.


Pudiera ser que una risita se me escapara, mas no era la lesión de la artista lo que me causaba gracia, sino su manera de explicar el accidente. Hablamos un poco más al respecto; de cuándo le habían quitado el yeso y de cuánto más habría de usar la muleta. Pusimos una pausa a nuestra joven charla porque ella recordó algo que Roger tenía que saber, mientras, aproveché para terminar de forjar un spliff de tabaco y hachís.


Masta Quba por Pato Pacheco.

Yo buscaba fuego, pero antes encontré con la mirada a Gladys, quien lucía un flamante look que me fue imposible no halagar en voz alta incluso antes de saludar. Ella agradeció el cumplido y preguntó por mi estado en general —suponiendo que “¿cómo estás?” se refiere a todo, claro—. La respuesta, como ya lo saben, era genuinamente positiva. Yo seguía admirando la simetría de su cabello, mitad blanco y mitad negro, cuando nuestra directora, productora y editora de textos, se dirigió al hombre que me abrió la puerta llamándolo “Prince”.


Fue así como se abrió ante mí una nueva ruta de conversación. Gladys se iría a seguir con sus mil tareas tras recordarnos que a nuestras espaldas había una mesa con café, fruta y galletas. En cambio, yo me quedé donde estaba para averiguar, por fin, que aquel que me dio entrada al lugar se llama Roger; que en catalán, su lengua natal, se pronuncia Ruller (¿Ruyer?); que su pseudónimo de MC y beatmaker es Prince Jaguar; que, cuando hacía graffiti en Barcelona, firmaba como “RBRE”; y que arbe es la palabra catalana para decir árbol.


Por otro lado, la rapera solucionaría una de las incógnitas que yo había formulado mientras la investigaba, y que externé aprovechando la inercia de la plática; hay quienes le dicen Masta, y hay quienes le dicen Quba, sin embargo nadie, ni su familia, la llama Fabiola. Sí, vaya, tampoco es que su madre empiece las cartas de cumpleaños con un “Querida Masta Quba”, sin embargo, en el núcleo donde creció, la conocen como “Payis”. Ya les digo que yo estaba ahí para ver y preguntar, por ello inquirí acerca de un tema sobre el cual, muy probablemente, ya había hablado hasta el hartazgo; ¿cómo se le había ocurrido su nombre artístico?


Explicó que desde niña le encanta el son cubano y todo lo relativo a ese país caribeño, lo cual la llevó a mencionar que, según su padre, la cambiaron por otra bebé al nacer. Sus tonos y gestos me hicieron suponer que su papá bromeaba, pero tan pronto terminó de contar el chiste, su rostro se opacó en una seriedad con dejos de algo más que en el momento no pude descifrar. Yo notaría esa misma expresión en diversas ocasiones durante el transcurso del día, pero ya hablaremos de ello.


Masta Quba y princejaguar por Anyel Baez.

El caso es que “Quba” fue el alías que eligió en un principio, y “Masta” —de maestra— se añadiría algunos años después; cuando, gracias a su práctica y gusto por las artes marciales, entendió que “todes tenemos algo que enseñar y algo que aprender”. Esta era una idea que yo compartía, incluso suelo tener presente algo similar que Phil Collins canta en uno de los temas de Tarzán —”aprende a enseñar, enseñando aprenderás”—, además, fuera de significados y razones, de verdad me parece que la combinación de palabras suena estupendamente.


“Masta Quba”, se leía en la camiseta que llevaba puesta y que también tenía su fotografía impresa; una prenda muy al estilo de la mercancía que se vende en conciertos y festivales. Fue Roger quien me dijo que las playeras saldrían a la venta en los próximos días, y que ya planeaban la creación de nuevos productos como gorras. Actualmente, mientras hago esta crónica a casi un mes de nuestro encuentro, en las redes sociales de este par de artistas ya se advierte que están por agotarse las últimas piezas con este diseño.


Prinejaguar por Pato Pacheco para Out of the Box.

Hasta ese momento no se me había ocurrido presentarme, y digo, tampoco nadie había demandado conocer mi nombre ni mis credenciales, al menos no que yo recuerde, pero me pareció oportuno, dado que andaba de preguntón, esclarecer cuál era mi razón de estar ahí. Gladys, que iba pasando en su constante vaivén, tuvo la gentileza de complementar la información; “¡ah sí!, él es Carlitos, va a escribir la crónica de hoy. Ya en cinco minutos empezamos con la sesión de fotos, por si se quieren cambiar”.


Antes de coger la muleta y hacer caso de aquella recomendación, Quba intentó acariciar a Dak, uno de los tantos perros de la casa. La mascota de César y Anyel huyó, luego yo le advertí a la rapera que ya lo traería encima cuando estuviera posando para un retrato o a mitad de una entrevista. “Él adora la cámara y la cámara lo adora”, dije. Ella esbozó una sonrisa, y Roger ni me escuchó. A veces hablo en voz muy baja.


Era la primera vez, en años de andar en estos ambientes, que los “cinco minutos” anunciados por el equipo de producción eran cinco minutos auténticos. Eso o el alcohol comenzaba a dejar estragos en mi percepción del tiempo. Le di otro sorbo al bourbon y me cambié de lugar para no perder detalle de la sesión fotográfica. Tanto Quba como Prince Jaguar sustituyeron sus atuendos. La remera de ella, negra con letras blancas, decía: “las mujeres no son complicadas, eres tú el que está todo pendejo”. Al frente de la de él, con letras góticas, se leía: “Nosotras Tenemos Otros Datos”, como se titulaba el entonces tema más reciente de Masta, y en una línea por debajo: “Más grande que el Covid es el machismo”. Además, en la espalda de Roger, podían contarse 22 nombres femeninos, uno sobre el otro.

Masta Quba y princejaguar por Pato Pacheco.

Mi mandíbula se botó cual caja registradora al notar que “Fátima” encabezaba la lista. Así es como se llama mi amorcito, a quien constantemente, así vaya de la mano de su hijo, hombres desconocidos le gritan cualquier clase de inmundicias cuando camina por la calle. Recordé el miedo que siento en el pecho cada que se traslada de un lugar a otro a pie, y el coraje que incendia mi estómago al pensar que yo podría desmayarme de borracho en un espacio público, ya bien entrada la madrugada, sin correr ni el 10 por ciento del riesgo que tiene ella cuando sale por el pan a mediodía. Lo peor del caso es que, si esto me aqueja de tal manera, ni siquiera creo ser capaz de imaginar la rabia y el sufrimiento de ella.


Más se me retorcía la tripa al suponer —correctamente, como me enteraría después— a qué Fátima hacía referencia aquella inscripción estampada en tela; una niña de siete años que fue violentada, abusada sexualmente y asesinada en febrero del año pasado (2020), cuando más fuerza mediática tomaban el movimiento y las protestas feministas, y casi mes y medio[1] antes de que en México se declarara la emergencia sanitaria por el covid-19.


“Carolina; Alexis; Magdalena; Paulina; Lucía; Kleo; Susana; Karla; Abigail; Lesby; Adriana; María Elena; Sofía; Teresa; Jacqueline; Patricia; Vanesa; Maritza; Marussa; Diana; Karina”: así seguía el resto de la lista en el dorsal de Roger.

tenía un "medio" de más

Princejaguar por Pato Pacheco para Out of the Box.

Mientras la imagen de Quba era reflejada por el flash que sostenía César, y capturada por la cámara de Pato, yo tuve un diálogo un poco más íntimo con su compañero. Hablamos de su llegada a México dos años atrás gracias a la invitación de un ex profesor para dar clases en una escuela de Guadalajara; de cómo es dar lecciones en línea; de otros empleos que ha tenido como componer jingles para publicidad; del freestyle como “acto de dejarse ir”; y del rap en catlán.


Acerca de esto último, él confesó que no había muchas opciones, sin embargo me recomendó escuchar al Senyor Oca, un amigo suyo. Por mi parte, cuestioné si esta escasez no tendría algo que ver con la dulzura natural de este idioma y, en contraparte, la crudeza innata del rap. Incluso le conté que en alguna ocasión conocí a una chica de Barcelona que aseguraba que en su día a día hablaba catalán, pero que para maldecir usaba siempre el castellano —alguna relación guardaba con el filo de las jotas; como en “joder” e “hijo de puta”—. Ya entrados en una atmósfera más personal, mencioné que mi padre es fanático de Serrat y que crecí escuchando canciones con títulos como Seria fantàstic y Paurales d'amor. La charla era amena, sin embargo Prince tuvo que dejarme, pues le tocaba ser también objetivo de las cámaras.



Para ese entonces, los efectos de la bebida ya eran innegables. Usualmente el único sonido que emito cuando mis camaradas de Out of the Box trabajan, es el de mi pluma impactando contra el cuaderno; ya sea tomando notas, tratando de seguir el ritmo de la música de fondo, o externando el son que llevo dentro. No obstante, mi lengua comenzaba a soltarse; bromeaba con lo que pasaba alrededor y hasta hacía sugerencias de poses para las fotos. Eso sí, mis propuestas siempre iban dirigidas a Gladys, ya que, en mi experiencia, no hay nada más molesto en un rodaje que contar con la presencia de múltiples personas con ganas de dirigir.


No estoy seguro si se hizo una pausa porque Quba iba a cambiarse, o si Quba se cambió porque se hizo una pausa. El caso es que la protagonista de la sesión se probó una sudadera corta —no le llegaba ni al ombligo— de doble vista; primero por un lado, luego por el otro, y después preguntó cuál se veía mejor. Dudo mucho que estuviera hablando conmigo, pero igual externé mi inclinación por la parte más colorida. Era una prenda caleidoscópica y de alta calidad, muy bonita, ha decir verdad. La portadora me hizo saber que había sido confeccionado por una amistad suya. Eh Bulu Bulu, se llama la marca.



Las actividades continuaron con el nuevo atuendo, y fue hasta entonces que Dak me libraría de quedar como un mentiroso. Pato no había ni enfocado todavía cuando el perro ya se interponía, con una firmeza pétrea, entre el lente y la modelo. Masta reconoció mi presagio con una sonrisa y llamó a Dak para por fin acariciarlo y posar junto a él. Insisto: ese can adora las cámaras y las cámaras lo adoran. En más de una ocasión me cuestioné si no debía estar ayudando a mis colegas, pero rápido me distraía en cualquier otro asunto que me dejaba fijo en el escalón sobre el cual estaba sentado.


El último retrato fue de Roger parado de cabeza, así como lo sugirió su pareja. Yo no sé si tenían alguna cuenta pendiente o si había una recompensa secreta de por medio, la cosa es que lo hizo; coco contra cemento, sin tapete ni un solo pelo para amortiguar el contacto con[1] el suelo. Él no se quejo ni nada por el estilo, en cambio yo sí sentía punzadas en la cholla —tal vez por empatía, tal vez por el bochorno de la tarde— que apacigüe con un muy buen trago, pero de agua. Ah sí, porque cuando el beber comienza desde temprano, es muy importante mantenerse hidratado.


Lo siguiente en el itinerario era El Porrazo. Anyel tenía casi listo el set donde ella y Gladys entrevistarían a Masta Quba, aunque para esto todavía teníamos que esperar a que los muchachos (César y Pato) instalaran sus cámaras e hicieran pruebas con las luces que ya habían montado. Fue durante este intermedio que pude sacarme del pecho algo —un tema, más que una duda— que llevaba un buen rato queriendo discutir con alguien perteneciente a la cultura del Hip Hop.


Behind the scenes de Masta Quba por Anyel Baez.

Pasa que, hace como año y medio, descubrí las batallas de rap y me hice adicto a mirarlas por YouTube. Sí, adicto es el término preciso, pues, además de estar pendiente a las competencias y noticias, aprovechaba cualquier tiempo muerto, por más breve que fuera, para reproducir recopilatorios de rimas que ya me sabía como si fueran canciones. Y mejor ni les cuento cómo evolucionó esta condición con la llegada de la pandemia y los meses de confinamiento estricto, cuando realmente había más tiempo que vida. Cómo sea, el asunto es que, siendo alguien que se declara pacifista, me resultaba incongruente de mi parte disfrutar de un espectáculo que consiste en dos personas —generalmente— golpeándose, matándose y violándose con palabras.


Y digo, espero no ser malinterpretado; lo que hace espectacular a estos eventos es lo ingenioso, lo melódico, e incluso lo poético que puede ser un insulto. También es necesario aclarar que no todas las batallas de rap son peleas; algunas son debates y otras meras exhibiciones de talento y habilidades. Además, lo que en mi opinión es lo mejor de estos enfrentamientos, es que las únicas armas de los participantes son la música y sus palabras.


Y es justo eso; considerando que la escena batallera —y del rap en general— nace en barrios con altos índices de violencia, la canalización de esta mediante la expresión verbal me parece rotundamente brillante. Por ello fue que terminé justificando mi consumo de este contenido, y el punto que quería tocar, sí o sí, con rappers de la calidad —humana y artística— del par que tenía delante.


Por motivos universales de convivencia humana, o quizás porque aún no había bebido lo suficiente, en aquel momento no me solté con la cantaleta que acaban de leer; empecé la conversación que deseaba tener simplemente preguntando qué opinaban de las batallas. Quba mostró su desagrado de forma contundente, y señaló que el ambiente y el contenido batallero está plagado de misoginia, homofobia y otras malas prácticas que representan, básicamente, todo lo que va en contra de su ideología. “Son batallas de ego más que otra cosa”, concluyó.

El punto de vista de Roger no variaba mucho; “esos freestyles tienen poco que ofrecer. No se trata de quién hace las rimas más intrincadas, sino de quién ridiculiza más al otro”. Ahora, como ya lo saben, de cierta forma yo pensaba similar, y así lo expresé, pero también estaba esa otra parte de la cual yo quería hablar. Por eso, y porque me encanta jugar al abogado del diablo, me fui directo a cuestionar si no estaban de acuerdo con aquello de que las batallas eran un buen ejercicio para desfogar la violencia en la juventud.


La réplica de Prince, comparando la disciplina en cuestión con las batallas de break dance, fue casi inmediata. Me contó cómo los b-boys y b-girls pueden llegar a competir de una manera muy agresiva, no obstante la finalidad es siempre superar los pasos de baile del oponente. Al final tampoco estuvo del todo en desacuerdo con lo que yo decía; “sí hay una canalización de la violencia, eso está bien chido; en vez de llevarnos a la violencia física, que podamos transmutar esa energía en `a ver quién lo hace mejor ́, pero siento que en las batallas de gallos falta un poco eso. Echo de menos eso: que se rapée un poco más”.

Masta Quba y princejaguar por Pato Pacheco.

Por su parte, Masta mencionó que en México ha habido casos sonados de enfrentamientos donde “se ofenden a tal grado que no aguantan y terminan golpeándose”. Y retomó lo que ya me explicaba sobre la escena en general; “incluso las batallas de mujeres son un pedo meramente para entretener a los batos; vas a una batalla de, no sé, Línea Dieciséis, y encuentras que, de tres mil personas del público, menos de 70 son mujeres, y batallan dos morras que no se bajan de putas, de zorras… yo siento que en realidad no es que las batallas tengan que ser así, es algo que traemos en la cabeza. Totalmente. Y es necesario innovar para crear un espacio donde todas quepamos y donde todos quepamos. Se tiene que innovar todo… todes nos tenemos que innovar”.


A pesar de que disfruto las discusiones donde se exponen distintos puntos de vista, nada de lo dicho se me antojaba debatible. Solamente no quise dejar de mencionar que hay freestylers de batalla con un estilazo y una musicalidad tremenda. Incluso puse como ejemplo al actual campeón de la liga de freestyle en España, cuyo nombre Roger reconoció. En eso pasó mi compa y me pidió que hiciera dos porros:


—¿Tienes weed?

—Toma —me puso un estuche de gamusa en las manos.

—¿Con tabaco? —pregunté, pues mi amigo es un apasionado de los spliffs.

—¿Tienes hash?

—Sí

—Pues con tabaco, hachisito y motita. ¡Tú échale de todo!


Quba me dijo que su porro estaba bien con pura marihuana. En todo el día no la vi fumar tabaco, aunque en ese momento le entendí que sí lo consumía, pero que intentaba hacerlo lo menos posible, o algo así. Del tabaquismo en lo particular, pasamos a hablar de los vicios en general; luego de su estilo de vida y del veganismo.


—Soy enemiga de todo lo que destruye —dijo ella—... pero es un chingo.

—¡Pero un chingo!— contesté mientras sostenía en una mano la botella de bourbon, en la otra un cigarro humeante y un cuaderno con un canuto en proceso de armado sobre mis piernas.


A pesar de que yo ya llevaba un buen rato de interrogante, apenas llegaba el momento de tomar posiciones para la primer entrevista oficial del día. La sección se llama El Porrazo, sin embargo creo que Quba se fumó medio porro antes de comenzar a grabar, y que no volvió a encenderlo después del comando a la “¡acción!”.



No tardé en comprender la verdadera razón por la cual mis servicios de conductor no fueron requeridos para esta ocasión. En un principio pensé que el equipo de producción se había cansado de verme tirando la escenografía, olvidando anunciar al patrocinador, o congelándome a media grabación porque no recordaba lo que iba a preguntar. También se me ocurrió que, luego de tres ediciones explicando lo nervioso que me pone tener los reflectores sobre mí, podía ser una especie de favor. Pero lo cierto es que, sin importar cuánta fuera mi preparación, ni cuál fuera mi método de relajación, yo jamás hubiera podido alcanzar el nivel de intimidad al que llegaron Anyel, Gladys y Quba.


Los 20 minutos que dura la sección se pasaron volando por lo interesante y honesta que fue la charla. No pretendo transcribirla completa, porque seguramente la buena de Gla ha dejado el video por aquí. Sin embargo, existen detalles que no quisiera pasar por alto, ya que “lo que no se nombra, no existe”; como dijo Masta Quba en esta conversación.


La Güera (Anyel) inauguró la sección saludando de lo más casual a la invitada, agradeciendo su presencia, y explicándole que en Out of the Box hacía tiempo que querían darle difusión a alguien que promoviera alguna lucha social a través de su música. Gladys añadió la importancia de darle voz a las mujeres en un medio artístico donde, al igual que en muchas otras áreas profesionales y sociales, el porcentaje de referentes femeninos es minoritario. Luego[1] cedió la palabra a Quba para que les contara un poco sobre Nosotras Tenemos Otros Datos.



La rapera dijo que la canción había nacido en mayo del 2020, a raíz de que el presidente López Obrador dijera que su administración estaba atendiendo el problema de los feminicidios en el país, y que las cifras de violencia en contra de la mujer estaban disminuyendo. “Nosotros tenemos otros datos” se había convertido en una de las frases favoritas del mandatario para refugiarse de la información que presentaba la prensa.


“Me parecía importante y necesario que cualquier persona estuviera hablando del tema, porque lo que no se nombra no existe, y estas muertes existen todo los días y ni siquiera tenemos las cifras oficiales... en 2018 asesinaron a una compa mía y fue un feminicidio. Kleo era de León, se reportó como desaparecida a finales de marzo y después se encontró su cuerpo con signos de tortura… a veces no siento que la música para mí sea realmente suficiente, siempre trato de buscar qué otras cosas puedo hacer, porque el día que mataron a Kleo entendí que estoy tan cerca de que me suceda cómo cualquier mujer que existe en este planeta, ¿no?”.


Así, mientras Quba expresaba lo anterior, noté por segunda vez en el día aquella expresión en su rostro; ¿era acaso dolor? ¿Melancolía? ¿Angustia contenida? Todavía no estoy seguro. Y digo, obviamente no esperaba que recordara con una sonrisa la trágica muerte de su amiga Kleo, cuyo nombre figuraba en la lista de la playera de Roger, sin embargo era el adjetivo para describir su semblante lo que se me escapaba.

Behind the scenes con Masta Quba por Anyel Baez.

Ella hablaba de haberse sentido “muy rabiosa”, pero su mirada —porque era ahí donde se concentraba este sentimiento indescifrable— no proyectaba el fuego de una cólera ciega y sin remedio. Tampoco lo hacían sus palabras, ni el tono de su voz, aunque había algo en sus ojos, algo distante que no concordaba del todo con la calma que mostraba al responder las preguntas de mis compañeras, ni con el tinte humorístico que antes había empleado para contar que su padre decía que era hija de alguien más.


Ya les digo que esta entrevista no tiene desperdicio; en ella se habló también sobre la importancia de reconocer qué parte del sistema conforma cada quien, para así poder identificar el cambio que se puede hacer, y del uso correcto de la palabra para romper con tabús que terminan promoviendo la violencia e incluso la impunidad. De “vivir del arte para no morir de la verdad” y de la relación de las mujeres con su cuerpo, o “cuerpa”, como dijo Masta.


Antes de conocerla en persona, gracias a la media que encontré en internet, yo ya sabía que ella era partidaria del lenguaje inclusivo, de hecho, al notar que en El Porrazo usaba frases como “todas, todos, todes violentamos”, o “ser escuchada, escuchado, escuchade”, recordé que en mi libreta tenía apuntado, casi como una orden, poner el tema sobre la mesa. Era otra de esas cosas que ya llevaba tiempo queriendo discutir con alguien, puesto que atañe directamente a lo que me dedico y, hasta la fecha, tengo sentimientos encontrados al respecto. Sería hasta bien entrada la noche que encontraría la oportunidad para hacerlo, pues de momento lo único que tocaba poner sobre la mesa eran las viandas.


Gladys anunció que sería cuestión de otros cinco minutos para que la comida estuviera lista, pero al hambre de Masta poco le importaba si eran cinco minutos reales o simbólicos, pues Prince ya había recibido las alitas veganas que pidieron por una aplicación. Si ahora mismo se están preguntando cómo diantres se hacen unas alitas veganas, entonces son de mi equipo. Casi de inmediato mostré mi curiosidad, lo cual, así como marchaba el día, para las visitas ya no era ninguna novedad. “Son de seitán”, contestó Quba, y al ver mi cara de enigma, añadió: “lo hacen con trigo”.


Behind the scenes de Masta Quba por Anyel Baez.

Aunque mi apetito se había extinguido a base de bourbon, no pude negarme cuando se me ofreció degustarlas. Diría que su textura estaba en el punto idóneo entre lo esponjoso y lo chicloso, de manera que absorbía la cantidad justa de la salsa buffalo casera con la cual las habían bañado. Sí, estaban muy sabrosas, además de que te ahorraban esa repulsiva tarea de andar rascando huesos, embarrándote las manos y el rostro, para sacar de carne lo que te taparía una muela. ¿Boneless? Pues claro que las he probado, pero la pechuga suele ser muy seca por más adobo que tenga, y obviamente no tienen ese extra de quitarte la culpa por matar a un pajarito para comer.


Es muy probable que les contara de los años que incursioné en el vegetarianismo, y de mi amigo Husseyin que era vegano, con quien todos los días me rompía la cabeza para inventarnos algo que nos llenara la tripa y supiera bien. Les dije que quizás si tuviera a mi disposición el menú de VegCo —el restaurante que preparó sus alitas— mis hábitos alimenticios serían distintos, sin embargo cocinar todos los días una dieta balanceada, libre de productos animales, era un reto que exprimía hasta la esterilidad mi creatividad.


Quba señaló que eso que yo decía eran falacias provocadas por el hábito de comer carne a diario, ya que la variedad de vegetales, frutas y legumbres, es exponencialmente mayor a las opciones que existen, al menos en México, para poner un pedazo de animal en tu plato. Nunca lo había pensado, y tenía razón. “Estoy bien pacheca”, dijo con un pedazo de seitán enchilado entre su índice y su pulgar.


Entonces le comenté a la MC que yo era la única persona que conocía a la cual se le quitaba el apetito cuando fumaba marihuana, aunque, si detenía mi consumo, era altamente probable que en dos horas fuera atacado por un monchis asesino —síntoma de la pachequez que consiste en hambre extrema y antojos monstruosos—. “Es que no es lo mismo comer pacheca que con monchis; cuando comes pacheca, todo te sabe más, y cuando tienes monchis, sólo tragas”; reveló Masta, simplemente brillante.


A estas alturas habrá que añadir una función más a las desempeñadas por Gladys; nuestra productora, directora, editora de textos y cocinera. “De producción a cáterin, todo en dos manos”, dijo César cuando terminó de cambiar la posición de las luces y por fin se sentó a manducar de los múltiples guisos que Gladys había preparado en porciones más que generosas.


No conté los tacos que se hizo Quba, sin embargo, basándome en su propia explicación, hubiera apostado a que su pachequez había mutado a monchis en algún momento de este lapso designado a la alimentación. Una vez se declaró satisfecha, le ofrecí como postre los checolines —unos dulces de tamarindo confitados— que había encontrado en mi mochila, pues los conejitos de chocolate que la producción ponía a disposición tenían leche. Además yo me rehusaba a privar su paladar agudizado de nuevas sensaciones, hasta resultaba placentero verla comer . En eso llegaron Ruben y “Loco”, dos de los cuatro músicos que aportarían su talento a la sesión de la jornada.


Ruben, también conocido como “Nugget”, tocaría la batería, aunque en Gravity Funk —la banda a la cual pertenecen los colaboradores—, y para Out of the Box, es el ingeniero de audio. Loco es un guitarrista de alto calibre y pelo largo, quien tras notar mi presencia dijo: “oye güey, no sabía que eras hermano del Daniel. Ayer fui a empedar con él; bien chido el Dani”. Yo contesté que ese desgraciado —mi carnal al cual amo con todo mi corazón— me había dejado varado en la terminal de autobuses unos días atrás, ¿por qué?, pues simplemente lo olvidó en cuanto colgó la llamada en la cual yo anunciaba, desde un teléfono prestado, mi llegada a Querétaro. Sí, vaya, que tampoco es su culpa que yo lleve más de un año sin ponerle crédito a mi celular y que me rehusara a pagar las altas tarifas que cobran los taxistas en la central, pero ese es otro tema.



Como sea. Ambos músicos rechazaron cortésmente la invitación a comer y comenzaron a desempacar sus instrumentos. Por otra parte, César y Pato ya habían regresado a las andadas; cargaban fierros de un lado para el otro y conectaban cables con más cables. Mientras, yo me receté un sorbo de bourbon como digestivo, a pesar de que no había ingerido alimento alguno —un checolín si acaso—. Quba fue a cambiarse de nuevo, y Roger a instalar las herramientas que tendría que mostrar en la siguiente sección, y con las cuales más tarde crearía ritmos y melodías. Era hora de reanudar las labores, pues Gladys ya había anunciado que sería cuestión de minutos para que Sonido 13 se pusiera en marcha.


¿Cuántos minutos exactamente? ¿Terrícolas o del planeta de la producción audiovisual? La verdad, me daba igual, lo importante era que tendría más tiempo para hablar con Masta, y lo aproveché. “Yo ya entendí que es un aprendizaje que no acaba nunca”, dijo sobre su proceso para crear música, “más bien es aprender algo todos los días, y eso te lleva a otra cosa, y a otra cosa, y así te llegan otras ideas de cómo hacer una rola. También creo que este camino que estoy tomando ahora, de aprender a producir o de darle a las pads, me permite totalmente irme bien lejos, güey: ¡a donde yo quiera! Entender la música desde otra forma y dar lo más que tengo para hacerlo bien, porque es mi camino de vida, lo que hago desde hace tantos años. El contenido ya lo traigo; es mi propia vida, mi propia historia, lo que pasa en mi cotidiano”.


Esto último me evocó a otra cuestión que tenía apuntada en mi libreta, y a la cual llevaba dándole vueltas desde que conocí el rap:

—¿Dirías que eso es lo que significa ser real? —pregunté—. Se escucha un chingo, ¿no?, en todos lados; “sé real”, “make it real” y la madre, pero ¿qué significa?

—Es como dicen: “más que ser perfecto, tiene que ser verdadero”. Ser real tiene que ver con ser honesto con uno mismo. Con hablar de ti, de lo que a ti te atraviesa…


Yo había leído algo similar a lo que decía Quba en un libro de Jöel Dicker, en el cual el protagonista anhelaba más que nada escribir una obra maestra, pero su mentor le aleccionaba: “conténtese con ser usted mismo”. Casi nunca dejo pasar la oportunidad de compartir las citas que tengo guardadas en un archivero mental relativamente inutil —la practicidad que se le da al conocimiento depende de cada quien—, sin embargo Roger, quien ya había terminado de montar su equipo, se me adelantó aportando a la conversación lo que él pensaba.


Behind the scenes con Masta Quba y princejaguar por Anyel Baez.

“Sí, ojalá se reivindicara un poco más eso. Esa autenticidad, pero bien entendida; si tú has vivido una realidad equis, es TU realidad. A mi me encanta el rap de los grafiteros, y he pintado graffiti muchísimos años y todos mis compas son bien treneros y bien de pintar metros, pero nunca ha sido mi vida realmente. Sí lo puedo disfrutar mucho, pero no tiene sentido que hable de ello si no es lo que yo realmente respiro todos los días. Más bien el mundo necesita que yo hable de mi historia, si es la que es, pues es la que es. ¿Por qué tengo que negarme, o por qué tengo que avergonzarme, o por qué tengo que cambiar? No, al contrario... y todas (las realidades) deberían convivir, porque hay momentos para todo”, dijo.

Ya platicábamos de cosas más mundanas —de nuestras edades y del clima de nuevo— cuando llegó Alex con su saxofón, a quien conocí en persona aquella ocasión que se grabó la sesión con Gravity Funk. Hacía casi nueve meses de eso, tiempo suficiente para que cualquiera de los dos se convirtiera en padre, sin embargo nuestro saludo fue prácticamente el mismo que el de la primera vez.


—¿Qué onda Alex? ¿Cómo andas?

—Bien crudo, carnal.


Alex Arellano por Anyel Baez.

Me agradan las personas como Alex y Quba, que cuando les preguntas cómo están te contestan con la verdad, y no con un “bien” preprogramado, insípido y falso. Hace nueve meses mi recomendación al saxofonista había sido fumar marihuana, pero ahora le tendía lo único que tenía a la mano y que podía servirle: el bourbon —según un tío, el mejor método para evitar la resaca es seguir bebiendo—. Titubeó un poco, pero terminó aceptando la oferta, al parecer tiene tíos como los míos.


En Out of the Box decimos que Sonido 13 es la entrevista técnica, sin embargo no creo que técnicamente sea correcto llamarla así. Digo, es cierto que en ella se pregunta por algunos detalles específicos de instrumentos y consolas, pero yo diría que se habla mucho más de la vida musical de quienes atienden la entrevista; de su carrera, de sus gustos, de sus influencias y de su proceso creativo. César es quien se encarga de las interrogantes en esta sección, y generalmente lo hace muy bien. Esta edición no sería la excepción, no obstante, al igual que con El Porrazo, carece de sentido que yo les cuente todo cuanto se dijo y se mostró, siendo que, gracias a las benditas multiplataformas, están a un click de enterarse a través del cuerpo y la voz de Quba y Roger.


Además le prometí a Gladys que no me extendería tanto en esta crónica, lo cual, como ya saben, no va muy bien que digamos. Por ello es imperativo que pasemos, casi directamente, a mi parte favorita de jornadas como esta: la sesión musical. Les dije que Verbos y Vibras iba a hacerle honor a su nombre, y cada vez faltaba menos para que eso pasara.


Memo, el bajista, fue el último de los colaboradores en llegar, y tras los comentarios de sus compañeros, quienes ya afinaban sus instrumentos, entendí que la puntualidad no era lo suyo. Ahora, uno pensaría que Rubén no sería capaz de tocar la batería y estar pendiente de las responsabilidades propias del ingeniero de audio, sin embargo supongo que por eso los llaman ingenieros: porque se las ingenió. Tenía su celular sobre el tom de piso, y en él manipulaba a control remoto los niveles de sonido, eso con una mano; con la otra sujetaba la baqueta con la cual apaleaba sus tambores y platillos, entonando un ritmo bastante armonioso que yo ni con tres brazos podría tocar. Igual hay que decir que contaba con el apoyo en las consolas del hermano de Pato, cuyo nombre es Juan y su sentido del humor tan ácido que hasta un limón le haría caras al chuparlo. Él también me agrada.

Memo (bajo) por Anyel Báez para Out of the Box.

En realidad, toda la gente allí congregada era de mi agrado, justo eso pensaba mientras bebía cerveza —porque las caguamas que la producción compró por fin se habían enfriado— y practicaba una de mis actividades predilectas; observar cómo todo pasa. Masta probaba su micrófono, Roger tecleaba sobre su caja electrónica de sonidos y los demás músicos ya tenían bien ensamblada una tonada improvisada. La pandilla de Out of the Box iba y venía, siempre con las manos y la mente ocupada, su ritmo parecía obedecer al son que tocaba la banda; si subía el tempo, la energía cinética de mis colegas también incrementaba.


Todo afinado, todo iluminado, y cada quien en el sitio donde debía estar. Yo me había hecho, al fin, de una silla con respaldo, misma que coloqué en el ángulo exacto —previamente estudiado— que me permitía ver a Quba a la cara y ser estorbado lo menos posible por el operador de la cámara. Otro traguito de bourbon; uno largo de agua; y una refrescada de paladar con cerveza. Encendí un cigarro. Yo también estaba listo.

De verdad que no tenía ninguna razón específica para beber aquel día, ¿pero a quién no le gusta ir a un concierto y tomarse dos o tres tragos y fumarse uno que otro de lo que sea? Que sí, bueno, como tal no era un concierto, pero eso estaba a punto de recordarlo. Tras un breve tintineo de los platillos de Ruben; Loco y Memo entonaron sus primeros acordes. Quizás fueron sólo dos compases los que estos tres tocaron antes de la entrada de Alex. Todos los instrumentistas llevaban gafas de sol.



La cosa iba despacio y sensual, como casi todo lo que tiene un sax. Golpeando con los dedos los botones del tablero que tenía delante, Roger lanzaba efectos sonoros, y en su cara, y en la de Quba, notaba que estaban sintiendo la música de los compañeros tanto como yo. Él con los ojos cerrados, negando con la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba escuchando; ella sonreía y su cuello zigzagueaba.


La transformación de su rostro fue el augurio de su rapeo. De alegre a seria tras un respiro profundo; y comenzó:


Los ojos son inútiles

y la consciencia es ciega,

mil palabras,

que me han dicho,

que el viento no se lleva,

energía inaudita el ser trasciende a la materia.

Quise comerme al mundo;

lo escupí, me supo a mierda.


Esa escala que traía la guitarra de Loco —”piru riru riru rirú”—, y las palabras y gestos —de cuerpo y rostro— de Quba, mantenían los vellos de mis brazos completamente electrificados. Les digo, verbos convertidos en energía; la famosísima vibra. Incluso los movimientos de Pato, cargando la única cámara que estaba grabando, eran perfectamente empáticos con lo que estaba sonando. Lástima, definitivamente aquello no era un concierto.


Loko (Alejandro Ramírez) por Anyel Báez para Out of the Box.

“¡Corte!”. No recuerdo y no importa quién haya dado esta orden, tampoco el porqué. Seguramente era algo ineludible, pero yo no podía quitarme esa sensación de haber estado en la montaña rusa y despertarme justo cuando se venía la bajada más empinada. Así fue un par de veces más. Ya saben, el objetivo era captar en video todas las sensaciones que aquella canción transmitía en vivo, entonces era categórico corregir cualquier desperfecto. Oh sí, esto del cine sólo es fácil cuando tienes un combo nachos entre las piernas.


Lo bueno es que todas las repeticiones fueron buenas, ninguna idéntica a la otra, pero todas me hicieron sentir lo que Quba decía, más que solamente escucharlo. ¿Ya saben? Esta primer canción se llama Depuración, y yo tenía apuntada en mi libreta la misión de averiguar dónde la podía escuchar, pues en una de las entrevistas que vi para estudiar el trabajo de la artista, le preguntaban cuál era la canción con la que más se identificaba, y luego rapeaba a capela la estrofa inicial que ustedes ya conocen. Por eso me sonaban esos versos, aunque no había encontrado la pieza completa por ninguna parte. En mi opinión es una rolota, y los arreglos de la banda le quedaron espectaculares.


Behind the scenes con Masta Quba y princejaguar por Anyel Baez.

El siguiente tema fue Nosotras Tenemos Otros Datos, y para este también habría que llevar a cabo unos cuantos intentos antes de poder escucharlo entero. Era evidente que Masta gastaba mucha energía en cada una de sus interpretaciones, pero en todas se le veía dejando todo lo que tenía, supongo que eso es lo que la hace una profesional del ámbito musical. ¡Ahí estaba ese gesto de nuevo!, esa mirada; después de que entonara de principio a fin su canción, y luego de enjugarse las lágrimas.


Entonces fue como si un rompecabezas se armara en mi cabeza atolondrada por humos y bebidas. Ella misma lo había dicho; su música hablaba de su vida, de su realidad. Bastaba poner atención en sus letras para caer en cuenta de que esa mirada proyectaba los recuerdos que rapeaba. Lo cierto es que, al igual que no puedo entender cuánta rabia, ni cuánto miedo le viene a mi amorcito cuando sale a la calle, no diría que entendí todo lo que dentro de Quba se movía cuando aquella sombra se le dibujaba en la cara. Sin embargo lo sentí mediante su arte; a través de sus versos y su presencia delante del micrófono.


Y es que podría intentar de nuevo imitar los sonidos que rasgueaba Loco, o comparar la melodía del sax de Alex al final de Nosotras Tenemos Otros Datos [1] con el sabor del chocolate amargo, pero ya ven que a veces las palabras no son suficientes. Vayan y véanlo con sus propios ojos; escuchen y conozcan quién es Masta Quba.


Para la última canción serían sólo ella y Roger, y era necesario reacomodar el set. “Cuestión de minutos”, los cuales aproveché para ir con el saxofonista a comprar otro cuarto de bourbon. Para ese momento mis habilidades motrices aún eran óptimas, o eso me pareció cuando conduje el vocho al Oxxo que está a menos de 200 metros de Verbos y Vibras —sí, quería presumir mi coche y mi pequeña colección de cassettes—.



Mi lengua, en cambio, estaba desatada. A decir verdad no me arrepiento de nada; Alex y yo ya nos caímos bien, pero en la única ocasión que habíamos convivido en un mismo espacio —siendo conscientes de la existencia del otro—, no habíamos hallado la oportunidad de tener una charla íntima. Él también es un sujeto muy agradable. Además, con todo y que el cotorreo en el auto se alargó en serio, regresamos justo a tiempo para presenciar la grabación de la última interpretación en vivo de la jornada.


Ya había caído la noche. Prince y Quba se posicionaban espalda contra espalda y la cámara giraba a su alrededor. “Miles de mujeres mueren a diario por abortos clandestinos, otras miles de mujeres están en la cárcel por abortos espontáneos. Esta es mi historia”: así empezaba hablando Quba, pero una vez más la grabación tuvo que ser detenida a la mitad de la canción.


Yo aproveché la pausa para cuestionar a la rapera por el título del tema. “Aborto”, me contestó. A partir de ahí cualquier pregunta estaba de más.


Masta Quba por Pato Pacheco.

Poco más de una hora después, Masta, Roger y yo estábamos comiendo de las pizzas que César nos servía. Bueno, comieron Quba y Prince, y el resto de los conocidos y desconocidos que de un momento a otro se habían congregado debajo del pirul de Verbos y Vibras; yo no tenía hambre todavía, solamente probé un pellizco de la pizza vegana, por curiosidad. No estaba mal, aunque no voy a negar que mi paladar exigía queso y grasa. Pato y Gladys habían salido corriendo para cumplir con más responsabilidades laborales.


He de aceptar que para ese momento, las sustancias ya se estaban apoderando de mi capacidad de concentración, por ello, previendo el acecho de las lagunas mentales —la peor de las maldiciones para un reportero que, con el autoestima inflado por los vinos, se fía de su memoria— saqué mi pluma, mi libreta y, antes de volver a servir cerveza en mi vaso, pedí al aire una opinión sobre el lenguaje inclusivo. Ya les digo que este tema me vuela los sesos; porque es evidente que el lenguaje moldea a la sociedad y viceversa: los cambios en la sociedad también necesitan modificaciones en el lenguaje. La cosa es que no me acostumbro, ni a leer ni a escribir, “todes”, por dar un ejemplo.


No estoy seguro si primero se hizo una tertulia al respecto o si Roger inauguró el diálogo con lo que más sentido me hizo: “más que ser incluyentes, es no ser excluyentes”. Hasta la fecha esas palabras retumban en mi cabeza, de hecho hice todo lo posible para no ser excluyente en esta crónica. Y para ser lo más real.


¿Recuerdan que mencione aquello de la delgada línea entre la picardía de quien bebe a discreción y la pedantería de la ebriedad? Bueno, pues yo estaba cayendo en otra vertiente que se inclina un poco más hacía la segunda opción. Luego de un rato de efusividad afectiva para con mis camaradas y el equipo que hizo posible la sesión del día, me encaminaba a un estado de sentimentalismo adolescente.


Vaya, que no me puse a llorar ahí en la mesa, y no quiero decir que eso hubiera sido malo, pero sí me noté más sensible de lo habitual al hablar sobre Fátima; sobre mi amigas y primas; sobre lo impotente que me siento de no poder hacer nada para que ellas se sientan más seguras; de lo muy destrutivo que es el machismo, tanto para las mujeres como para los hombres; y de lo admirable que me parecía todo el movimiento feminista.


A Quba y a Maya, una inquilina de Verbos que también está muy involucrada con la causa, les dije algo parecido a que esa era la verdadera revolución que México necesita, y pregunté qué podía hacer un hombre, como yo, que no quisiera quedarse fuera en la misión de lograr un cambio verdadero en la sociedad. “Que no estorben, porque nosotras lo estamos logrando”, fue la recomendación de Masta, y recordó que había visto fotografías de sujetos que en las marchas se quitaban la playera, sujetaban una pancarta y se ponían delante de todas para posar.


Tenía razón, de verdad lo creo; quizás hasta eran esas mismas ganas de protagonizar las que hablaban por mí aquella velada. Además, Maya y Roger señalaron que cambiarse a uno mismo, y luego incentivar el cambio en el entorno directo mediante el diálogo, es la única manera de hacer un cambio a gran escala.


Andábamos en estos temas cuando el sujeto que estaba sentado a lado de mí, cuyo nombre desconozco, comenzó a hablar de la cantidad exagerada de alimentos que podía ingerir. Entonces sentí un profundo deseo de reflexionar solo y luego irme a dormir. Entre las anécdotas de buffets, el retorno de Gladys y de Pato, y la retirada de otras personas, se abrió la brecha que yo necesitaba para huir sin llamar tanto la atención. Solamente me despedí de Prince Jaguar y de Masta Quba, y les repetí lo fascinado que había quedado con la sesión. No le dije adiós ni a Alex, ni a Rubén, ni a la Gûera; mucho menos a César, pues me hubiera insistido para que me quedara otro rato.

Me subí al vocho y lo encendí, pero no arranqué de inmediato. Todavía me quedé un rato bebiendo agua, escuchando mi cassette de los Strokes y pensando en lo dicho por Quba, o más bien, pensando en muchas de las cosas que dijo Quba a lo largo del día. En cuanto dejé de sentir mareos, me puse en marcha a casa de mi amorcito. Llegué bien, por si se lo preguntaban.


Hasta la fecha, cada que vuelvo a mirar recopilatorios de rimas en batallas de freestyle que me sé como si fueran canciones, o escucho algún podcast de comedia, e incluso cuando convivo con amigos y familiares, sigo recordando las palabras de Masta Quba, específicamente, unas que iban más o menos así: “cuando te das cuenta de que el machismo está en todas partes, no vuelves a ver nada igual”.


Sean reales. Nos vemos fuera de la caja.


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