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  • Carlos P. Jordá

Mostrip: De estilo y resistencia, hubieras y resacas.

Actualizado: 17 mar 2021



Desperté contigo al amanecer,

mi cuerpo sudaba la cruda de ayer.

La fiesta del cielo en el infierno terminó,

la magia escupía lo que el tercer ojo vio.

-Mostrip en Pau Pau


Entre ascos, jaquecas, bochornos y demás malestares, existe una delgada brecha por la cual se asoma el potencial para disfrutar de una resaca. Yo no sé si sea ese ligero porcentaje de alcohol que aún vaga por las venas y que envalentona el esputo de frases desinhibidas y espontáneas. O el deseo de morir con tal de hacer desaparecer los dolores corporales y espirituales, y que nos deja sin nada por perder, y que a nada reduce las penas que cargábamos antes de beber. Y no es por romantizar el sufrimiento, pero la resaca, o “la cruda”, como le decimos en México, es un estado del ser que abre el paso a una cantidad inmensa de probabilidades, entre ellas la iluminación.


Sí, bueno, la historia que están por conocer no trata de un sujeto que se rapó a coco y levitó hasta los Himalayas para aprender el baile de los doctores Bandaloop luego de una peda, aunque más o menos por ahí va la cosa. El sujeto soy yo, la peda fue más bien una fecha de trabajo con Out of the Box y la no iluminación —o casi iluminación— me llegó en forma de epifanía desde el instante en el que abrí los ojos al despertar aquella mañana.


Era sábado y, pese a los tragos del viernes, no diría que estaba crudo, al menos no físicamente. La resaca del día anterior no arremetía contra mi cuerpo, sino en contra de mi conciencia. Cruda moral, la llaman algunos, y esta no siempre es directamente proporcional a la ingesta de enervantes. De hecho mi hipótesis es completamente opuesta, es decir: mientras más alcohol, menos cruda moral. ¿Que por qué? ¿Acaso no es obvio? Lagunas mentales y amnesias; son el escudo que nos protege del lacerante recuerdo de nuestras propias acciones. En fin, el caso es que, muy a mi pesar, yo recordaba todo lo sucedido en las últimas 24 horas, por ello que una voz repetía en mi cabeza: <<no te resistas>>.


¿Era el cosmos hablándome? ¿Dios? ¿O el famoso mí mismo? ¿Y a qué se refería? ¿Que no me resistiera a qué? Pues bien, en ese momento supuse que a todo; a los cambios, a los placeres, a nuevas sensaciones, a los deberes por cumplir y, en general, al conjunto de rifirrafes que hacen de la vida cotidiana una aventura. Sí, esa mañana sabatina encontraba agotadas mis ganas de nadar contra corriente, puesto que era la fatiga derivada de esta acción la verdadera causa de mi resaca.


Y es que el viernes fue una jornada laboral inmejorable; música en vivo, whisky y amigos incluidos. Los pequeños e inevitables tropiezos fueron únicamente los necesarios para sazonar una buena historia. Ninguna decisión de la cual arrepentirse, ni actos por los cuales avergonzarse (tanto), ni palabras que a alguien pudieran haber ofendido. Sin embargo, a pesar del balance positivo, me fui a la cama con la amarga sensación que en la punta de la lengua dejan los “hubiera”.


Si no me hubiera aferrado a un estúpido plan, si me hubiera permitido fluir sin oponer ninguna clase de resistencia, si tan sólo hubiera recordado por enésima vez que no tengo el control sobre nada; vaya, no sé si la hubiera pasado mejor, pero sí estoy seguro de que todo hubiera sido más fácil. En la crónica que hicimos con Cielo Pordomingo pueden enterarse con más detalles de cómo me ridiculice creando un silencio incómodo en cadena universal –bueno, más o menos así va el asunto—, mientras tanto les recuerdo lo que dice mi madre: “si mi abuelito hubiera tenido llantas, sería bicicleta”, y suele complementar su comentario con un terminante y clásico: “el hubiera no existe”.


Hay optimistas (¿oportunistas?) que ven una segunda oportunidad en cada resaca. Aquel sábado, con Mostrip como protagonista de la sesión musical, las entrevistas, la crónica y de la jornada en general, yo tenía ganas de enmendarlo todo. El plan, además de resistirme a nada, era llegar con la mente en blanco y flotar a través de cualquier circunstancia que se me pusiera de frente. Y así pasó, casi en su totalidad; de por sí tener un plan de no tener plan ya es tener un plan, ¿no? Y tampoco celebraría ese logro como una gran victoria, bien lo dice Lipovetzky: “hay que ser ligeros cómo el pájaro, no como la pluma”. Ya les cuento todo.


Mostrip. Foto por Out of the Box.

Lo primero a lo que no me resistí fue a esos cinco minutos extra de sueño que imploran el alma y el cuerpo recién se despierta uno. Cinco… sesenta… ¿quién es capaz de notar la diferencia en tan somnolientas condiciones? Desayuné, mas no me bañé; ya saben, resacas del confinamiento estricto. Llegué a Verbos y Vibras casi a la hora que me habían citado, tal vez eran las dos y media, y la única referencia de la banda que tenía eran los gestos de excitación que César hizo la noche anterior. Dijo: “nooonono, los de mañana….”, sacudía sus dorados pelos chinos y agitaba el círculo que había formado uniendo su dedo índice y pulgar, “¡pfff! ¡Son la mera onda!”.


Llegué a Verbos y vibras y pensé que quien me abría la puerta en esa ocasión era una visita con ascendencia nórdica y no un integrante de Mostrip, como una intuición afinada hubiera señalado. No diría que era un sujeto alto, aunque su estatura superaba la mía —yo ando alrededor de los 1.73 metros—, delgado, con el cabello largo, lacio y rubio. Su piel era del color de la leche de soya sabor vainilla, pero en sus mejillas se notaba el potencial para vacilar entre tonos rojizos.


Aldo, tecladista. Foto por Out of the Box.

Nuestra presentación distó mucho de ser algo formal; chocamos los puños e intercambiamos un “hola” por un “¿qué onda?”. Quizás hubo un “¿cómo estás?” de cortesía y su respectivo “chido” o “todo bien” en retorno. Sueco no era su acento, hablaba despacio, pero en un pulido y natural mexicano. Él no preguntó mi nombre y, pese a que tal vez lo mencionó, yo no lo reconocería como Aldo, el tecladista de la banda, hasta más adelante.


Les digo que Verbos y Vibras es un lugar peculiar; donde no es raro que un desconocido le abra las puertas a otro desconocido, donde es posible ser recibido por una congregación de personalidades exóticas, sin hallar rastro alguno de quienes sí habitan ahí. Así pintaba el panorama de aquel sábado; un grupo de rostros forasteros ocupaba el punto de reunión principal de este sitio tan familiar para mí, mientras que de mis colegas no existía señal alguna.


Allí, a la sombra de un viejo pirul, en los alrededores del horno de adobe donde se fabrican las pizzas y otras viandas cuando hay fiestas, el ambiente se percibía amigable. Aunque cada quien estaba en lo suyo, todos —eran menos de diez personas— hicieron una pausa para devolverme el saludo que yo mandé al aire. Igual, sin destinatario definido, pregunté si alguien tenía conocimiento sobre el paradero de la cuadrilla de Out of the Box.


“Dijeron que iban a estar allá atrás, ¿o arriba?”. No conocía a quien me otorgó esta respuesta, evidentemente, sin embargo entendí a la perfección cómo localizar a Pato, a Gladys, Anyel y a César. En el trayecto por fin acudió a mi liviana existencia una pizca de sentido común; se me ocurrió que eran los músicos quienes habían hecho de mis recepcionistas, ¡genio!


En fin, mis camaradas y empleadores tenían bastantes ocupaciones como para añadirme a una de ellas, por lo cual me limité a anunciar mi llegada al trabajo y a exigir cortésmente mi cajetilla del día. Claro, porque los cigarros estaban incluidos en mi contratación, a pesar de que Pato había olvidado la mochila donde los guardaba. Gladys desembolsó un billete y preguntó al resto del equipo si necesitaban algo.


—¿Cerveza?— cuestionó alguien que creo fui yo.

—Ya trajimos y la banda también trajo — contestó Gladys.

—A mí traeme una coquita de lata —me dijo César—, pero de las chiquitas, padrino, por fa.

—Oookey.


Muy probablemente Pato pidió una barritas Marinela de piña y Anyel una paleta de caramelo con chile, aunque no tengo el recuerdo tan fresco. Lo de Pato tiene fundamentos; durante un semestre entero, lo vi desayunar eso en la clase de los martes y jueves a las siete de la mañana.


Como sea, no llevaba ni diez minutos en Verbos y Vibras y ya iba camino a la salida. Ya fuera como acto de cortesía, jugada meramente de trámite, o por el deseo de empezar a convivir con la banda; convide a mis todavía desconocidos a hacerme sus pedidos de la tienda. Agradecí en mis adentros que nadie necesitara nada, pues yo no traía ni un quinto en el bolsillo y, haciendo cuentas rápidas, concluí que si cada uno de los presentes me pedía algo de 15 pesos no me alcanzaría con lo que Gladys me había dado.


Me acerqué a la banca debajo del pirul donde un muchacho y una muchacha intercambiaban risas, les pregunté si mi mochila estorbaría sobre la mesa durante los minutos que estaría ausente. “No”, replicaron al unísono, y fue entonces que a través de unos cristales rosados —¿o eran violetas?— vi por primera vez los ojos de “Papi”. Nos sonreímos mutuamente, sin embargo él no sería capaz de recordar lo mismo debido a mi cubrebocas.


—¿No quieres una chela, carnal? —dijo.

—Uh, por supuesto, ahorita que regrese de la tienda para que no se enfríe… caliente más bien —corregí—: para que no se caliente.

—¿Qué vas a comprar?

—Cigarros.

—Aquí traigo —desenfundó una cajetilla de Chesterfield a menos del 50 por ciento de su capacidad—, ¿no quieres uno?

—El problema es que quiero muchos, soy un fumador comprometido con el vicio.

—Oh, sí —se lamentó Papi—, yo también.

—¿Quieres que te compre unos? Si fumas como yo te van a faltar.

—Al rato voy por otros y por más chelas.

—Oooookey.


<<Qué agradable sujeto>>, pensé. ¿Les ha sucedido que apenas conocen a una persona y ya tienen la sensación de estar con un amigo? ¿Con alguien en quien pueden confiar y con quien pueden divertirse? Así me pasó en aquella ocasión, además, con su pelo revuelto, esas gafas rosas —o violetas— casi triangulares, y la pluma, definitivamente púrpura, pendiendo de su lóbulo, nadie hubiera negado que Papi tenía estilo. A decir verdad, una vez que eché un vistazo más avispado, caí en cuenta de que me encontraba completamente rodeado de gente con estilo... mi tipo favorito de gente.


"Papilla", guitarrista. Foto por Out of the Box.

“El estilo es la respuesta a todo”, decía Charles Bukowski, “una manera fresca de abordar algo aburrido o peligroso… el estilo es una diferencia; una manera de hacer, una manera de ser...”. Ustedes disculparán por esta última parte, traducir poesía siempre es arriesgado; “a way of doing, a way of being done”. El caso es que concuerdo con el tocayo: el estilo es algo único que distingue a una persona del resto. A un lugar, a un animal, o a una banda como Mostrip.


“Hacer algo peligroso con estilo es a lo que yo llamo arte. Boxear puede ser un arte. Amar puede ser un arte...” Vaya texto del buen Bukowski. Pato fue quien me mostró por primera vez este poema. Él también tiene un estilo propio, su trabajo y vestimenta lo avalan, es uno de esos locos por el cine y el padre de Out of the Box. Cuando regresé a Verbos y Vibras con los suministros de nicotina y azúcar, él ya traía su cámara lista para inaugurar la sesión de fotos fijas.


“¿Ya conocieron a Carlitos? Es nuestro cronista, les va a hacer preguntas y los va a acompañar durante el día”. Mientras yo le daba el primer sorbo a la cerveza que se me había ofrecido minutos atrás, César justificaba mi presencia ante aquellos que todavía me desconocían, luego indicó: “ya vamos a empezar; pa´que se pongan guapos y se cambien los que se tengan que cambiar”.


Algunos de los presentes, como Papi, no tuvieron reacción alguna ante estas palabras, otros desaparecieron cargando mochilas y portatrajes. Anyel montaba la escenografía y el resto de Out of the Box instalaba una mesita plegable con café, galletas, manzanas y plátanos. Entretanto, yo encontré un espacio preferencial para cumplir el cometido del día y llevar a cabo una de mis actividades favoritas: ver cómo todo sucede.


Asiento con respaldo, superficie plana sobre la cual sostener mi libreta, y la proporción perfecta entre distancia y visibilidad. Cerveza a la mano y cigarro entre los dedos; no necesitaba más. Estaba cómodo y preparado para el desfile de estilos que se avecinaba. Uno por uno, los integrantes de Mostrip expusieron su imagen ante el lente de Pato y el flash que sostenía César. Por su parte, mi pluma trataba de seguirle el paso a todos las bromas que el resto de la banda le hacía al retratado en turno, y mi boca obedecía los instintos periodísticos. O como dirían algunos: me salió lo preguntón.


Nada formal; sin micrófonos ni cámaras de por medio —eso vendría más adelante—, solamente hice las interrogantes que cualquiera con intenciones de convivir con su entorno haría. ¿Cómo estás? ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Qué instrumento tocas? ¿Por qué te dicen así?


Ah sí, porque al parecer los mexicanos somos incapaces de vivir en sociedad sin ponerle apodos a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Mijail, el bajista del grupo, por ejemplo, es también conocido por sus compañeros como “Mija”; “Igor”; “Gori”; “Gorila”; o “Tata”. Decir que se le otorgó el mote del primate mayor debido a su complexión robusta, o que lo llaman Tata por su comportamiento y aspecto de adulto hecho y derecho, es una simple hipótesis, pues no se lo cuestioné; ni los motivos ni su edad.


“Mija”; “Igor”; “Gori”; “Gorila”; o “Tata”, bajista. Foto por Out of the Box.

En cambio le pregunté si quería una cerveza, a lo cual respondió que de momento no estaba bebiendo porque padecía de gota. Tampoco indagué mucho al respecto, me limité a lamentar su abstinencia obligada, pero Mija aclaró que las restricciones alimenticias le pesan mucho más; es de buen diente, no tanto de garganta sin fin. Él fue uno de los que cambió su vestimenta, sin embargo no creo que fueran sus ropas, pese a que estrenaba botas, el elemento que lo dotaba de tanta personalidad. De tanto estilo. Quizás era la cabeza a rapa y esa barba espesa que delineaba a la perfección el contorno de su cara. O la forma de articular verbalmente sus pensamientos. O tal vez su temple; apacible, reservado y maduro. Sí, definitivamente el estilo es algo que nace a partir de lo interno y luego se expresa a través de medios externos. Sería difícil creer que alguien con una forma única de vestirse, o de hablar, tenga una perspectiva genérica para apreciar el mundo y la vida.


Ahí estaba Mijail, posando para las fotos con su bombín negro y su camisa desabotonada con filas de círculos dorados sobre una remera amarilla. Ahí estaba, las cejas le temblaban en su intento por contener la risa que le provocaban las bromas de sus colegas en la grada. “No se les va una, ¿verdad?”, dijo cuando por fin se le anunció que podía relajar el cuerpo y que era el turno de alguien más para ser el centro de atención.


Le tocó a Papi ser ese alguien más, y obviamente no se libró de los chascarrillos de su banda, eso sí: nada le quitó la sonrisa. Además se le notaba suelto delante de todas las miradas, y cómodo con la dirección de Gladys y de Pato. Su arete de pluma morada no combinaba con la polo verde y blanca, pero sí con sus gafas violetas —o rosas—. Una vez cumplidas sus tareas de modelo, tuvimos la oportunidad de entablar un nuevo diálogo, así me enteré que el nombre que le dieron sus papás fue Daniel.


—¿Y por qué te dicen Papi?

—Por Papilla.

—Ah, ¿y por qué te dicen Papilla?

—Porque cuando estábamos en la estudiantina cantamos una canción navideña, y en una parte decía: `una capilla angelical´. Según unos chavos más grandes, yo cantaba: `papilla angelical´”.


El relevo a ser fotografiado interrumpió a mi interlocutor con un efusivo abrazo y un mensaje que no pude descifrar. Sólo sé que se dirigió a él con un sobrenombre distinto al que recién discutíamos.

—¿Cómo te llamó?

—Mac.

—¿Por qué?

—Que por los dientes. Porque dicen que me parezco a la Nana Mcphee. Ya ves cómo son.


Y a Papi nada le quitó la sonrisa, insisto, un agradable sujeto. Me explicó que todos eran de San Luis Potosí y que en la estudiantina se habían conocido él, Aldo, Mijail y Jorge. Este último era el más fachero de todos, y fue quien dijo: “Peter cada vez se ahuichodominguea más”.


Ok, vámonos por partes. Jorge es el cantante y guitarrista, ya merito hablamos de él. Por su parte, “Huicho Domínguez” era un personaje de telenovela interpretado por Carlos Bonavides y, si teclean su nombre en el buscador de imágenes, encontrarán a un tipo requete adornado con bling bling, forrado en un esmoquin y de cachetes voluptuosos. “Peter” es el baterista de Mostrip; un muchacho poco más bajo de estatura que yo, moreno, con la barba cerrada de oreja a oreja y, efectivamente, muy ataviado de orfebrería.


No me atrevo a asegurar de qué material estaban hechos sus anillos, su reloj o sus cadenas; más que nada porque no sabría distinguir entre metales preciosos aunque me golpeara el dedo chico del pie con un cofre del tesoro. Lo que sí puedo constatar es que Peter irradiaba luz dorada; con su camisa satinada de lunares áureos y la joyería ya mencionada. En los oscuros cristales de sus clásicas gafas tipo aviador, se reflejaba el destello del flash a cada disparo.


"Peter Toro", baterista y percusionista. Foto por Out of the Box.

“El único que sabe”, dijo Peter, incriminando a sus risueños compañeros cuando César reconoció la figura de San Benito en uno de sus anillos. Se dice que una imagen vale más que mil palabras, pero cualquiera que juzgue a este baterista como serio, debido a sus fotografías, tendría que haber estado allí aquel sábado para escuchar la máquina de chacoteo que es en realidad. No hubo integrante de la banda que se salvara de sus humorísticas observaciones. Era pura energía ese chaval.


Apenas iba a su puesto de espectador y ya comparaba a su sucesor con George Weasley. Esto hizo estallar la risa de todos excepto las del aludido, y una segunda ola de carcajadas se vino cuando Papi advirtió en voz alta que yo anotaba cada coma de ese chiste. A mi parecer, Aldo, el nuevo objetivo de las cámaras y de las jugarretas verbales, era más rubio que pelirrojo, sin embargo no dudaría que algo tiene de mago —principalmente cuando hace sonar su instrumento, pero no nos adelantemos—.


Dudo mucho que el comentario de Peter haya causado molestia alguna en Aldo, de hecho no estoy seguro de que lo haya siquiera escuchado. Y es que el personaje que me recibió ese día en Verbos y Vibras, no solamente traía el look de alguien que confundió el DeLorean del Doc con una casa de campaña en Woodstock 69, sino que también se antojaba, por sus maneras, como el habitante en una realidad alterna. Diría que tenía un ritmo diferente al resto; un poco más pacífico, pero también más disperso. Sus formas de interactuar con aquello que lo rodeaba sugerían la existencia de un mundo en su cabeza más interesante que el externo. O tal vez todo lo contrario.


Aldo, tecladista. Foto por Out of the Box.

Ya saben cómo son las primeras impresiones —en este caso las segundas—; si en aquella ocasión me hubiesen obligado a adivinar quién de los presentes fumaba marihuana, no habría titubeado para señalar a Aldo en primer lugar, y eso que la contienda por dicho puesto —sin dejar de incluirme en los candidatos— no estaba nada fácil aquella jornada. Más tarde recordaría lo alejados que pueden estar los prejuicios de la verdad, mientras tanto miraba al tecladista de Mostrip haciendo flores con sus dedos y muecas para las fotos que tomaba Pato.


Con todo y que las bromas no disminuyeron de intensidad, la sesión más ágil hasta el momento fue la de Aldo. Parecía entender a la perfección las posturas que Gladys le pedía que adoptara, y que perdía el enfoque de todo aquello que no fuera lo que estaba haciendo en ese mismo instante. Repito: capaz que lo de este chico fuera todo lo opuesto a dispersión.


“Jock” es el apodo con el cual la mayoría de la banda se dirige a Jorge. “Ya te toca, Cock”, le dijo Peter cuando el camarógrafo esperaba un nuevo modelo. ¿Revancha por lo de Huicho Domínguez? Yo qué sé. El punto es que “cock”, en inglés, puede significar gallo o ser uno de los tantos sinónimos que no utilizarías delante de tus suegros para referirte al pene. Aunque, claro, ¿quién hablaría de penes con sus suegros? En fin, ya ustedes habrán sacado sus conclusiones de la traducción en la cual pensaba nuestro baterista.


En mi opinión, la cima del facherismo se alcanza cuando lo que te pones encima parece que fue hecho para ti. Si antes dije que Jorge era el más fachero, no fue por demeritar el atuendo del resto, ¡ni se diga el estilo! Más bien se debe a que era la perfecta ejemplificación de la paradoja que dice que menos es más. No había nada de extravagante en sus ropas ni en sus aditamentos. Nada particular que atrajera las miradas; sino que todo en conjunto, su ser en una sola pieza, era lo que llamaba la atención.


Él canta la mayoría de las canciones de Mostrip, sin embargo apenas se había escuchado su voz aquel día. Su vestimenta y personalidad empataban a la perfección; desprendía un aura misteriosa... reservada. Estaba cubierto hasta el cuello, literalmente, pues debajo de su chaqueta de mezclilla, llevaba una playera amarilla —¿acaso dorada? ¿café?— de cuello de tortuga; en la cabeza un gorro pescador gris —quizás verde—; anteojos oscuros y redondos que no permitían advertir la dirección de su mirada; y un bigote finamente trazado sobre los linderos de su labio superior.


Jorge, vocalista y guitarrista. Foto por Out of the Box.

No recuerdo a Jock respondiendo a las sátiras, ni reaccionando a las onomatopeyas de sus colegas. “¿Así?”: era lo único que preguntaba mientras intentaba posar según lo sugerido por Out of the Box. No tardó mucho en ser el turno de “Fer”; la misma que hablaba con Papi cuando lo conocí, y la última que faltaba para concluir los retratos individuales.


Todo indicaba que Fernanda, la percusionista, carecía de un apodo más rebuscado que el diminutivo de su nombre. Al ser ella el blanco de las miradas y de las cámaras, los comentarios de los observadores bajaron drásticamente en cuanto a niveles de ponzoña. Yo no sé si fuera por su sonrisa permanente; porque es la única integrante femenina de la banda; o porque es la más reciente recluta de Mostrip. Quizás tuviera algo que ver con la calma que transmitía esta mujer.


Sí, la presencia de Fer era como una bomba de paz en una isla de bélica fraternidad. Su esencia era la de una planta con cabello chino, capaz de respirar tensiones y exhalar tranquilidad. Espero no ser malinterpretado; las risas en Verbos y Vibras no sucumbieron ni un segundo, sólo que nadie se reía de la modelo, y ella se reía con todos. Yo soy muy malo para poner sobrenombres, pero he de admitir que si se me hubiera pedido encontrarle uno, definitivamente sería “Armonía”. O “Armonia”, sin acento.


Fer, percusionista. Foto por Out of the Box.

Resulta complicado asegurar que todo lo que la rodeaba armonizaba con ella, o que fuera ella quien armonizaba con todo. Por eso es preciso decir, simplemente, que Fer inspiraba armonía ese día. Esta sensación no era exclusiva de la intuición, tenía sus fundamentos bien claros en un plano absolutamente tangible. Bastaba analizar su rostro; las comisuras de su indeleble y ya mencionada sonrisa, eran perfectamente simétricas a las esquinas de sus gafas triangulares. Y, puesto que sus dientes siempre estaban expuestos, era inevitable notar en ellos el trabajo, sumamente profesional y exitosamente concluido, de un especialista en ortodoncia.


Tal vez los patrones de su pantalón no podrían ser definidos como mandalas, pero nadie negaría que tenían un ritmo bastante hipnotizante. Era una pieza holgada, mas no bombacha como la de Aladino. Fer lucía cómoda; con su saco de pana verde, encima de una blusa de tirantes negra. La sencillez le iba bien. Su manera de comunicarse era suave y precisa, y no fue necesario darle muchas indicaciones para conseguir las imágenes necesarias. “La tenemos. Vamos con las fotos grupales”, anunció Pato.


Tras el desfile individual, yo tenía la idea de que la banda se había disfrazado de un tutti frutti de modas y colores. Sin embargo, al verlos a todos juntos, intuí la paleta de colores que muy probablemente Anyel había sugerido. Tonos dorados, cafés claros y amarillos, como el suelo y las cajas que los miembros de Mostrip pondrían en su cabeza; verde y café oscuro, como el pirul del fondo y como el resto de la abundante vegetación que resguarda Verbos y Vibras.


Con las fotografías fijas resueltas, el equipo de producción advirtió que sería cuestión de minutos para proceder con aquello que marcaba el itinerario. Yo no sé si sea regla, pero en el mundo de la creación audiovisual, el tiempo estimado de espera suele duplicarse, como si de una fórmula universal se tratase —excepto cuando dicen “cinco minutos”, eso siempre significa más de 20—. Esta ocasión no fue la excepción, y todavía no estoy seguro de si esto me favoreció o me jugó en contra, pues, fuera el tiempo que fuera, comenzaba la cuenta regresiva para El Porrazo; la entrevista de variedad que yo conduciría y el origen de mi resaca moral. Ya ahondaremos en el tema.


De momento nos mudamos a la parte trasera del recinto, al taller debajo del estudio donde previamente me había reportado con mis colegas, y donde todavía ajustaban detalles para dar inicio a las grabaciones de video. Entonces notaría la presencia de una persona que antes había pasado inadvertida; “soy la nanager”, bromeó Fabiola. Ella no se había puesto para las fotos, ni tocaba ningún instrumento con el grupo, sin embargo su interacción con los músicos dejaba claro que era una pieza importante de Mostrip. Una parte fundamental de aquella orquesta energética


Todos lo eran, todos lo son. La dinámica de la banda en reposo era tan melódica que ya me comían las ansias por verlos —y escucharlos, obviamente— en acción. Aunque, para ansías, las que me provocaba pensar en mi próxima intervención frente a cámaras. Ya me he explayado mucho al respecto en entregas anteriores, por lo cual intentaré ser breve.


Resulta que yo fui contratado en un inicio para escribir crónicas, como esta que leen, de los días en los cuales Out of the Box realizaba sus sesiones con artistas de la región. Ahora, todas las sesiones incluyen fotos, un par de entrevistas y, por supuesto, un recital de dos o tres rolas. Hasta ahí todo bien, el caso es que desde la primera sesión, con Gravity Funk, fui engatusado para conducir la entrevista de variedad, El Porrazo. Yo detesto exponerme en video, las cámaras me ponen nervioso, pero, luego de que este primer experimento no terminara en un desastre total, fui también convencido para llevar a cabo la entrevista con la siguiente artista. Esa ya no salió tan libre de desastres.


Digamos que me aferré tanto a un guión imaginario, que cuando las reglas del juego de la vida real sufrieron una mínima variación, fui incapaz de adaptarme. Lo peor es que dejé evidencias de ello en un video de alta resolución. No había tenido oportunidad para sanar las heridas, esto sucedió apenas la tarde previa al sábado que ahora les relato. Por eso lo de la mente en blanco, ¿recuerdan? El objetivo era no resistirme a nada de lo que tuvieran que decirme los artistas, hacer de la entrevista con Mostrip una verdadera charla casual, y conducir como Dios manda una sección titulada El Porrazo; con un canuto humeante en la mano, por supuesto.


A simple vista, parecería que el único obstáculo entre mis metas y yo era el lapso que mis compañeros tardarían en dejar el set listo, sin embargo esto no es más que una verdad a medias. El verdadero obstáculo era yo mismo, y lo que decidiera hacer con el tiempo que me quedaba antes de tener que actuar. Podía freirme los sesos pensando en lo que se venía y en cómo abordarlo para evitar recaer en los errores del pasado, o distraerme con lo que estaba sucediendo en el presente. Obviamente me tendí sobre la segunda opción, aunque, irremediablemente, acabaría embarrado hasta las pestañas de la primera.


Al principio fue fácil llevar mi atención al exterior, pues Mija no tardó en encontrar una vieja guitarra arrumbada en el taller. Tras afinar las cinco cuerdas disponibles, el bajista rasgueó un son parecido a los huapangos serranos. Como cuchillo en mantequilla a la intemperie, Fer se acopló con un sabroso golpeteo de dedos sobre la mesa. Peter marcaba el tempo chocando uno de sus anillos contra la taza que sostenía. La base era sólida, cuando Papi tomó una bocanada profunda de aire y se arrancó: “mis amigos yo les traigo…”


La risa los venció, y forzó la interrupción de esa improvisación —unplugged a más no poder— con pintas de corrido. Los siguientes acordes de Mija eran canciones con letras y melodías dulces que todos los presentes conocían. Bueno, todos menos yo. Decían algo así como: “...sabes que te quiero, con todo el corazón…” y “Morenita mía, no te olviii-daa-reee…” Como infantes jugando a patear una lata, así de fácil parecería la música en sus manos y gargantas. Yo no tenía dudas, pero por si acaso, la breve demostración que acababa de presenciar dejaba claro que iba a ser un lujo escuchar a Mostrip en vivo.


A falta de aplausos, el silencio se hizo catártico, y yo tenía que romperlo a toda costa. No que fuera incómodo ni nada similar, pero no podía permitirme hacer notas sobre la hoja impoluta que se suponía tenía que ser mi cabeza. Si no pasaba nada, había que hacer algo para que pasara, y si nada se decía, habría que hacer preguntas para que algo se dijera. Comencé con lo obligatorio.


Al indagar de dónde había surgido el nombre de la banda, Peter se adelantó a explicar: “por una bandilla de criminales que se hacían llamar "Los Mospis”. El tono sugería tintes humoristas, sin embargo nadie lo contradijo, al menos no verbalmente, porque Mija sí expresaba una negativa con los movimientos de su cabeza. Insistí con el afán de conseguir una versión diferente a la del baterista, pero él mismo contestó de nuevo, “sí, eran unos vándalos”. En un tercer intento por averiguar la verdad, Jock aceptó que solía hacer grafiti hace varios años, pero nada más.


Creo que fue Papi quien dijo que “Baby Peach”, refiriéndose a Peter, sólo sentía celos por no haber estado en la banda desde el principio. Ya decía yo que el más bromista no podía estar tan libre de apodos. Él es el más chico, tenía 21 cuando lo conocí, aunque ni su barba ni su experiencia le hacían honor a su juventud. Luego de contar que “desde los 14 tocaba en antrillos de cumbia”, se colgó en el cuello de Papi como respuesta al chascarrillo que este le jugó. La escena me recordó al capítulo de Los Simpsons en el cual el doctor le recomienda a Bart tocar la batería para canalizar su hiperactividad.


Mostrip. Foto por Out of the Box.

No entendía nada de la lluvia de referencias que se había desatado; estaba rodeado de personas que hablaban de lugares y otras personas que yo no conocía. Generalmente esto no me molesta, ni acostumbro hacer algo para cambiarlo cuando sucede; les digo que me gusta ver la vida pasar, pero en esta ocasión tenía que participar en la charla, principalmente para no comenzar a escarbar un agujero introspectivo. Por ello pregunté quién era “Titino”, y así me enteré de que Jock tiene dos crías; Valentín, o Titino, y Mía Esperanza, apunto de cumplir 4 meses —en aquel entonces—.


Tan pronto tuve una respuesta, el cotilleo entre camaradas, íntimamente familiarizados unos con otros, regresó. ¿Y cómo los iba a culpar? Se les notaba unidos por la amistad antes que por un proyecto profesional. Era un ambiente bonito y unirme era indispensable, ya saben por qué. ¿Resistencia? Probablemente, pero era el menor de los males, además no pretendía interrumpir y comandar la ruta de la conversación general, me bastaba un pequeño hueco para entretenerme con el mundo exterior.


Por ejemplo: cuando Mijail se distrajo de la charla central, aproveché para preguntarle si era funk lo que tocaban —no sé por qué tenía esa idea—. “Disco”, aclaró. Y cuando Papi se levantó de la mesa para ir al baño, le inquirí por el tatuaje que llevaba en el antebrazo. “Es mi primer guitarra, una Ibañez roja”. A su regreso cambiaron los papeles, era él quien ahora hacía las preguntas: “oye Carlos, ¿crees que todavía falte mucho ? ¿Hay algún lugar donde pueda echarme una jetita?”


Así pues, supe que este chico y su estilacho llevaban dos días desvelándose hasta las seis de la mañana, y recuperando muy poco tiempo de sueño. “Pisteando y trabajando”; explicó lo inevitable que era cruzarse con unos tragos mientras ayudaba a un amigo a trasladar e instalar el equipo de sonido que renta. Este sábado, Papi solamente había dormitado en el trayecto de San Luis a Querétaro y, hasta donde yo podía constatar, su dieta del día se sostenía sobre una manzana, cuatro galletas Oreo, cerveza y cigarros. Estaba crudo, diría yo que casi credo.


Ese escalón entre cruda y peda, el paso previo a definir si es hora de aprovechar el arrullo del alcohol y sucumbir al cansancio, o de entrar en calor e inaugurar una nueva jornada de farra; a ese punto se le denomina “creda”. Repito: no creo que este guitarrista y cantante estuviera en dicha etapa, pero sí que lo notaba cansado y con ganas de descansar. Ya saben, una resaca física clásica, donde se junta lo trasnochado con lo bebido y lo bailado.


Mija se unió a la misión de Papi para encontrar una cama en alguno de los tantos cuartos del lugar. Y a mi indisciplinado cerebro le bastaron los cinco minutos —reales— que faltaban para comenzar a grabar. Ni ese par halló rincón para una siesta, ni yo llegué en blanco a la entrevista. “Listo, ¿pueden subir por favor? Ya vamos a empezar con El Porrazo”, anunció Gladys.


Arriba, César y Pato, los camarógrafos, nos ayudaron a elegir nuestra posición con base en la imagen que capturaban sus lentes. Obviamente no queríamos dejar fuera a nadie. Por mi parte, desde un inicio intuí que mi sitio era el centro; tenía sentido, siendo que era yo el moderador de una plática en la cual esperaba participar lo menos posible. Aproveché los últimos ajustes técnicos para hacerme un splif de tabaco y hachís, y advertí: “última llamada para forjar su porro individual, ya saben, recomendaciones de salubridad”.


Para mi sorpresa, Jock fue el único interesado en el amable recordatorio; “ah, yo sí”, dijo, “¿tienen weed?” Por supuesto que teníamos. Nadie más fumaba hierba, ni Papi, a quien creo que le hubiera sentado bien para su cruda; ni Aldo, quien parecía andar siempre caminando sobre nubes. Nadie, Jorge y ya.


Antes de comenzar a grabar el episodio con Mostrip, Gladys subió con seis de estas cervezas, pues el patrocinio seguía vigente y había que publicitar la marca de una manera más adecuada que la última vez. Ah sí, porque el día anterior, todo comenzó a irse al carajo cuando me dijeron que tendría que hacer un comercial de este producto al inicio de la entrevista. La buena de Gladys me explicó con suma cortesía por qué no había Mitote para mí, y cómo haríamos el anuncio en esta ocasión.


Fue tanta la amabilidad de la productora que citarla sería una limitante en el contexto de la situación, por ello me tomaré la libertad de parafrasear todo lo que en realidad creo que quiso decir: “mira, Carlitos, como ayer nos demostraste tus deficiencias para tomar una botella, destaparla y mostrarle a la cámara la etiqueta, creemos que es mejor que les preguntes a los artistas si les gustó y ya que ellos hagan el comercial. No te traje una a ti porque ayer dijiste que no te gustaba la cerveza artesanal, ¿ya ves? ¿Pa´que anda de hablador, pinche chamaco”. Les digo que así lo entendí; Gla sería incapaz de expresarse así.


Y sí, bueno, yo dije eso, pero también aclaré que tomarme una no era ninguna tortura, y menos si esta venía en presentación gratuita. Como sea, tuve que pedir agua para hidratarme y hacerle frente a uno de los más comunes efectos del cannabis: “la seca”. No quería que mis labios quedaran sellados, ni que la lengua se me adhiriera al paladar a media entrevista, ¿verdad? Yo mismo fui por un vaso. A mi retorno, ya todo estaba presto para suceder. Tres mostripers a mi costado; tres al otro; gafas ocultado la mitad de mi rostro; “corre sonido”; “corre cámara”; “acción”.


Lo último que hablé con Papi, fuera de escena, me recordó a un tema que vagamente se me había ocurrido y antojado apropiado para una entrevista como esta, cuyo fin es conocer el lado humano de los artistas; lo que no se ve en sus videos y no dicen en canciones. A pesar de mi convicción por no resistirme y abordar la vida tal cual venía, pensé que tener una tesis para inaugurar la charla no podía estar del todo mal. El verdadero problema fue que entré en un loop de pensamiento; tal vez fueron cinco minutos reales, pero el tiempo también es distinto cuando el cerebro adopta la actitud de un perro persiguiendo su cola.


Desde que Gladys anunciara que El Porrazo estaba por comenzar, hasta que estuve delante de las luces y las cámaras, me repetí una y otra vez las palabras con las cuales habría de introducir el programa. Consecuencia de ello, de esta monotonía interna, fue que perdiera la noción del ritmo que se vivía en el plano externo, y que interrumpiera a Peter cuando invitaba a la audiencia a visitar las redes sociales de Mitote. ¡Yo mismo le acababa de preguntar qué le parecía la cerveza, maldita sea! Apenas era el inicio y la cosa no tenía buena pinta.



“El día de hoy vamos a hablar de uno de los padecimientos que más han aquejado al ser humano; desde que el mundo es mundo y desde que la fiesta es la fiesta. Me refiero a la cruda, la resaca, el castigo de Dionisio...”; o así me gustaría recordar mi presentación. Seguramente por aquí tienen la evidencia en la cual podrán juzgar si fue culpa de mis carencias como conductor, o si la temática daba muy poca tela para cortar. Yo creo que fue un poco de ambas, pero tampoco los quiero predisponer.


Pensaba que cada quien tendría un remedio exótico y que se soltarían a contar sus peores y más divertidas experiencias, abarcando así, entre pormenores y paréntesis, más de la mitad de la entrevista. Sin embargo, la realidad es que el asunto se resolvió muy fácil; Papi dijo que su único método era dormir a pierna suelta —cómo ya sabemos, aquello no estaba saliendo muy ese día—, y los demás respondieron en monosílabos cuando propuse como solución la ingesta de alimentos grasosos, el uso de la marihuana y hasta la dosis mínima de alcohol para conectar con la borrachera anterior. Afortunadamente, así surgió que el padre de Mija tiene una cantina en la capital de San Luis, aunque este tópico tampoco duraría mucho sobre la mesa.


El resto de la plática aparece en mis memorias como episodios borrosos, casi censurados para la protección de mi autoestima. ¡Exacto! Como lagunas mentales. Recuerdo, por decir algo, que a la mitad de una discusión entre miembros de la banda, se me ocurrió una buena intervención para hacer que el debate ardiera, lamentablemente, cuando por fin llegó la oportunidad de externarla, torcí el cuello en todas direcciones y solamente logré decir: “¿alguna vez les ha pasado… que están haciendo una entrevista… y se les olvida lo que van a preguntar?”. Llegados a este punto, sería absurdo negar que el hachís se me había subido a la cabeza.


Supongo que ha quedado bastante claro que mis ideas habían tomado unas vacaciones repentinas aquel sábado; cada que me tocaba participar, observaba a los miembros de la producción pelando los ojos, como queriendo decir: “¡güey, vas!” La estocada final, o lo último que alcanzo a evocar, y que me tortura cada vez que analizo aquella jornada, fue cuando, en una jugada desesperada, pedí a los invitados que compartieran con la audiencia alguna anécdota jocosa; o escabrosa; o épica.


Un murmullo risueño por parte de los músicos se adueñó del sonido en el set. Creí haber dado en el jackpot, entonces los animé a profundizar en los motivos de tanto júbilo. “Es que siempre que nos preguntan eso, contamos lo mismo”, respondió Mija.


Así es, ahí estaba yo, pretendiendo hacer una entrevista fresca y exclusiva, con la interrogante más quemada y sosa en el historial de Mostrip. Escribo esta crónica meses después de lo sucedido, pero les juro que la cara se me cae sobre el teclado a causa de la vergüenza que me sigue provocando. De cualquier manera, tuvieron la amabilidad de relatar aquella vez que Aldo había pasado inadvertida la detención de sus compañeros en el aeropuerto de Tijuana. ¿Desconectado de su entorno o enfocado en lo que hacía? ¿Quién lo sabe? El tecladista no dijo mucho al respecto.


Estoy convencido de que la historia tiene su encanto y tintes cómicos, mas era evidente que los músicos la habían repetido hasta el hartazgo, pues la contaron con el ánimo de una rutina impuesta. Yo ya no podía cavar más hondo, o tal vez sí, pero no quería comprobarlo. Alcé la voz para preguntar a mis colegas detrás de los reflectores si tenían algo más interesante por averiguar, dejando implícito que yo estaba listo para dejar de humillarme a mí mismo. El bueno de César, familiarizado con el talento de la banda, propuso una última dinámica. “Piensa fuera de la cajaaa, piensa afuera de la cajaaa, piensa fuera la cajaaa…” cantaron todos a distintas voces.


De cierta forma, esto me dio el empujón que necesitaba para concluir la entrevista con un poco más de gracia que la suma del desarrollo. Ya saben, nomás lo indispensable: “gracias, esto fue El Porrazo, una producción de Out of the Box, ¡piensa fuera de la caja!”. Sin olvidar elongar la sonrisa hasta el “¡corte!”


Una vez detenida la grabación, pedí disculpas por la torpeza al volante, y me justifiqué revelando lo nervioso que me pone saberme observado. Nadie mostró ni un ápice de molestia, pura gentileza y buena onda. Papi confesó que a él tampoco le fascinaba la idea de conversar con una cámara delante, y Fer me compartió un poco de su paz: “pero estuvo bien, ¿no?”


A la fecha no lo sé, y a decir verdad, tampoco estoy seguro de querer quitarme las dudas viendo el video. Lo importante es que las armónicas palabras de la percusionista levantaron mi espíritu; apenas lo justo y necesario para sacudirme los polvos de la derrota y seguir tras el ideal. Los “hubieras” abundaban, pero no era el momento de anclarme a lo que fue y no fue. No era el momento de resistirme a lo que se venía, pues los siguientes eventos marcados en el itinerario eran capaces de rescatar hasta el peor de los días; la comida y la música.


Es bien sabido que el hambre es el mejor condimento a nivel mundial, por ello nadie señaló la baja temperatura de las hamburguesas, y no hubo quien se quejara porque no tuvieran carne. La única vegetariana de la banda es Fer; “por compasión”, contestó cuando le pregunté las razones de su dieta. Papi explicó que él lo había intentado y que solamente había aguantado dos semanas. Mija, por otra parte, dijo que su hamburguesa estaba buena, pero aclaró que ningún vegetal podría nunca igualar las sensaciones que la carne provoca en su paladar.


La calificación promedio que los mostrips otorgaron a alimentos era satisfactoria, en cambio la mención honorífica fue para la bebida que venía incluida en el paquete. Era agua de fresa con guayaba... ¿o fresa con plátano? Yo no tomé de ella, ya que inmediatamente después de la entrevista me hice de otra cerveza —industrial, como es de suponer—, sin embargo recuerdo que era de fresa con algún otro ingrediente que hacía a los catadores poner cara de desconfianza antes de probarla.


La sorpresa fue tan grata, que el agua de fresa con otra cosa mereció los elogios del total de sus consumidores, y luego sería la puerta de entrada a un tema que acaparó varios minutos de la conversación. Incluso yo, que había retomado mi papel de observador distante, compartí un par de nombres raros de bebidas. No dudo que conozcan muchas de las que fueron mencionadas durante aquella sobremesa; desde “La cucaracha” básica, pasando por el clásico “Semen de pitufo”, terminando en el dinámico “Mónica Lewinsky”. Las experiencias eran diversas; iban desde vómitos, hasta el descubrimiento de joyas cocteleras. “Una vez pedí una michelada que se llamaba Beso negro”, dijo Fer, “yo no sé qué tenía, pero sí sabía a culo”.


Estaba yo en eso de encenderme uno para el desempacho, cuando Papi se acercó a pedirme un cigarro. Como lo predije, los suyos no duraron lo suficiente. Prometió que más tarde iría por otra cajetilla para compensar el “robo”, pero a mí no podía importarme menos; de verdad me había caído muy bien este sujeto. Mientras fumábamos, lo animé a emprender una nueva búsqueda de un rincón en el cual descansar, pues mi experiencia indicaba que se venía otra espera prolongada.


No sólo era Papi, la pesadez de haber comido más allá de la satisfacción del hambre —también conocida como “el mal del puerco”—, había caído sobre todos los que estábamos en el taller. Mi predicción no fue certera en esta ocasión, pues no hubo tiempo suficiente para reposar comidas ni resacas. Claro que primero habríamos de aclarar cuánto es suficiente ¿no? Suena a subjetividad pura, así que, para fines prácticos, les diré que Gladys anunció la reincorporación general a las labores, cuando Papi apenas se disponía a encontrar un rincón donde pegar las pestañas.


Los integrantes de Out of the Box, quienes habían ingerido sus alimentos apartados del resto, ya iban adelantados en la adecuación del set para que Mostrip se expresara en su idioma innato. Pato y César instalaban lámparas de leds para prevenir la pronta extinción de la luz solar, mientras la banda traslada los instrumentos de su camioneta al estudio. Cada quien montaba sus herramientas, todos tenían las manos puestas en algo excepto Fabiola y yo. Y así fue que nos envolvimos en una íntima conversación.


Me contó que Mija es su novio, y que por ello conocía y se llevaba tan bien con toda la banda. Y que, puesto que su padre es músico, antes de convertirse en manager ya poseía algunos saberes sobre la industria. Yo le platiqué que el día anterior hablé con una colega suya, quien me aseguró que para realizar su trabajo le era indispensable estar enamorada del proyecto artístico. Fabiola, o “Fabs”, se mostró en total acuerdo; “¡es básico! Eso y llevarte bien, aquí somos como una familia”, dijo, y vaya que le creía.


Su trato era cálido, amable y amigable; como el de todos en Mostrip. Su buen humor se mantuvo incluso cuando me reveló que se vio obligada a poner una pausa en sus labores por la detección de un tumor. Fue la insistencia de Papi y de Jock, aquello que le dio aliento para regresar y cumplir de lleno esta función que parece haber sido creada para ella: la "nanager" del grupo.


De hecho nuestra interacción fue interrumpida cuando acudió al auxilio de Jock, quien terminaba de acomodar sus pedales con un porro entre los labios. Por primera vez en el día veía los ojos de este muchacho, y también ya se había quitado el sombrero. He de aceptar que es bastante galán. Luego de que se colocara unos grandes audífonos de diadema sobre la cabeza, y diera las primeras rasgadas a las cuerdas de su guitarra, averigüe que no estaba en planes que yo escuchara la sesión del día.


Caminé al fondo del estudio, donde Ruben, el ingeniero de audio, comenzaba a dar indicaciones a los músicos para ecualizar los sonidos. Comunicarme con él era imposible, pues sus tareas eran bastas al igual que los obstáculos —instrumentos, cables, personas y consolas— para llegar a su sitio. A pesar de la prisa que llevaba, detuve a César cuando pasó delante de mí.


—Oye, Bro —le dije—, ¿no habrá sonido externo?

—No papu, solamente la banda y el Nugget (Ruben) van a monitorear.

—¿Hay alguna forma de que pueda escucharlos? ¿Con unos audífonos o algo?

—Ahorita veo cómo le hacemos.

César es mi amigo de hace tiempo. Me agrada que suele buscar soluciones antes de declarar problemas irremediables.



La noche cayó, Mostrip interpretó la primera canción del repertorio con las cámaras apagadas, y yo solamente percibía los ritmos de Fer y de Peter. Las voces de Aldo, Papi, Mija y Jock, eran susurros inaudibles; las cuerdas de las guitarras y del bajo parecían fantasmas con pocos ánimos de manifestarse; ni hablar de las teclas de los sintetizadores. Y digo, lo que sí se oía, se oía tremendamente sabroso, pero yo necesitaba más sensaciones, el paquete conjunto.


De nuevo se atravesó a las prisas mi amistad más antigua en el lugar y de nuevo lo detuve; esta vez para rogarle que me permitiera escuchar de la manera que fuera. “En eso ando, padrino”, respondió y siguió su camino. Gladys le pidió a la banda que se tomara cinco minutos para que Ruben y los fotógrafos pudieran ajustar los últimos detalles. Y Papi, sentado en el suelo, recargado contra la pared, por fin encontró un momento para conectarse con Morfeo. Pobre, le duró muy poco el gusto. “¡Ahora sí!”, exclamó César, abrazado a una gran bocina, “vamos a darle”.


El sonido seguía sin ser el óptimo, ¡pero qué gozadera! De a poco fui conociendo los sonidos del grupo, y vaya que eran las frecuencias que más disfruto. Yo no soy un gran bailarín, pero estos tonos me dan directo en la pelvis, ahí donde está el chakra de la creación y de la creatividad, y donde la más ligera cosquilla me provoca mover todo el esqueleto. Me dieron ganas de besar a César.


Por fin podía asociar las expresiones en los rostros de los músicos con sus creaciones sonoras. Las voces aún eran opacas, por ello que no podía distinguir cada una de las letras, aunque sin duda percibía la melodía que había en ellas. Tenía entendido que Jock es el vocalista principal, pero esta rola la interpretaba Papi casi en su totalidad. El cansancio y la resaca no pintaban más en su persona. “... con esos labios rooosas, piel morena y esos ojos, que derraman mieeel”, cantaba, pegando el bigote a su micrófono como si quisiera besarlo.


"Papilla" Live Session para Out of the Box.

Estaban a la mitad de esta canción —Me quiero perder—, cuando mi atención atendió al llamado de lo que Fer estaba haciendo; era su rostro, que parecía siempre a punto de estallar en risas, y sus manos… ¡sus manos! Eran ágiles; se antojaban suaves y firmes a la vez, flexibles las muñecas y los dedos lo suficientemente rígidos para hacer sonar sus tambores. Un deseo intenso de chocar su palma con la mía embargó mi ser. Era su actitud, y esas manos, por supuesto.


A lado de ella estaba Aldo, quien permanecía en un trance de concentración máxima. En su mirada se veían destellos de genialidad. Tocaba dos teclados de forma simultánea, uno de ellos producía un sonido que me remitía al rock de los 70´s. Y bailaba, muy a su propio estilo, mas no dejaba de moverse ni de sacudir la greña de un lado al otro. Al final de la canción, hizo eso que todos aquellos que hemos estado en contacto con un piano, sepamos de música o no, intentamos algún día: paseo los dedos por su sintetizados de extremo a extremo, y con alta gracia levantó la rodilla para luego soltarla como si estuviese pichando una bola caliente desde el montículo de tierra.


Durante el breve receso entre la primera y la segunda pieza, Papi aprovechó para pedirme otro cigarro, nunca antes había sido yo tan sincero al responder a una petición de la misma naturaleza con el famoso: “los que quieras”. Por mi parte, no deje pasar la oportunidad para exigir con la mano bien arriba los cinco de Fer. Comprobé mi hipótesis, sus manos estaban cargadas de una abundante y armónica energía.


Fue también en este descanso que Jorge contó la historia sobre la formación de Mostrip; el inicio de todo fue un viaje de ácidos el 25 de diciembre de 2016. Dos años después la banda ya había dado su primer concierto en los cabos, experimentado su primer tour en una combi y estrenado su primer álbum. Nugget hizo la misma pregunta que yo había hecho un par de horas atrás, y obtuvo la misma respuesta que Peter me dio entonces: “los mospis eran una banda de criminales”.


La segunda canción arrancó con una breve introducción musical que me hizo mover el cuello de inmediato. A los pocos segundos, ya todos, incluso quienes no tenían micrófono a la altura de la boca —los encargados de los tambores—, entonaban el “Pau pau, pau pau, pau pau, pau pau…” Las vocales principales de este son sí eran responsabilidad de Jock, quien cerraba los ojos de vez en vez. Tan pronto terminó la primer estrofa, los dedos de Papi comenzaron a danzar sobre los trastes de su guitarra, de su cara no se movía la sonrisa a menos que esta se transformara en una mueca que aparentaba tener conecciones directas con los nervios de su locura dactilar; la mitad derecha de su labio superior se elevaba al tiempo que alguna de sus yemas levantaba una cuerda.


"Jock", Live Session para Out of the Box.

A Mija se le veía más cómodo de lo que había estado en cualquier otro momento del día; observar sus párpados era una constante, y en su gestos y movimientos se notaba que no nada más estaba escuchando la música que creaba con sus amigos, sino que la estaba sintiendo. Él sería el encargado de interpretar a Xono el fononauta, para lo cual Jerry, artista plástico e íntimo amigo de todo el equipo de Out of the Box, ya tenía listo el maquillaje color alienígena.


Con el propósito de personificar a nuestro bajista, la producción anunció una última pausa, y durante ella, Papi me solicitaría un último cigarro. Le tendí la caja y luego tomé uno para mí. Jock preguntó si tenía otro para él; “claro que sí”, contesté. Apenas pasaban de las nueve y al paquete que había comprado a eso de las tres de la tarde le quedaban dos míseros, placenteros y cancerígenos cigarrillos. No me juzguen; yo advertí que era una chimenea con uñas… quizás, precisamente, fumo para conservar las uñas.


Las actividades se reanudaron y ambas canciones fueron interpretadas de nuevo un par de veces más, pues la edición de video es jodida y más vale tener respaldos; ya saben, cosas que sólo Pato y César entendían, pues eran ellos quienes se paseaban por todo el set con sus cámaras y, por ende, los únicos que tenían una idea de cómo iba quedando el video. Quizás el vigor después de tanta repetición no era el mismo del inicio, pero se notaba con claridad que los seis integrantes de Mostrip disfrutaban lo que hacían.


Peter, a quien visualicé como un infante al quitarle la barba en mi imaginación, intercambiaba miradas con Fer y sus manos mágicas; Papi y Jock se comunicaban con los ojos también, y con sus guitarrazos; Mija, cuando no traía encima la máscara del cabezón de Xono, seguía mostrando párpados y encontrando las notas en sus adentros. Aldo permanecía en su propio mundo, mirando a todos y luego a nadie; sus dedos se paseaban por las teclas cual si fuesen una extensión de su cuerpo, y a cada rato variaba los pasos de su danza.


Fer, Live Session para Out of the Box.

Los “hubiera” eran muchos, y son más ahora que he pasado un mes entero escuchando su música a diario. Quizás hubiera podido añadir que comprendía perfectamente a lo que se refería Peter cuando en El Porrazo salió a colación que el “te quiero” que le dedicaba a Papi, había mutado a un “me gustas”. Y lo entiendo porque el baterista aclaró que no es gay, así como yo no lo soy, pero por supuesto que sentía una atracción por el guitarrista, aunque muy alejada de lo sexual; más bien tenía que ver con su buena onda y con su estilacho. Es un muy agradable sujeto y dan ganas de estar cerca de él, ¿saben a lo que me refiero?


Así mismo, tal vez, si no hubiera llegado con la mente tan en blanco —es decir: con conocimientos nulos del trabajo de Mostrip— hasta hubiera podido participar en las entrevistas para Sonido 13, la sección técnica de Out of the Box que se realizó mientras los artistas desmontaban su equipo y cuyo video seguramente tienen por aquí. Hubiera preguntado si la chica que sale con Aldo en el video de Ensueño es hermana de Papi, pues se parecen un chingo, y hubiera tratado de averiguar quién escribe las canciones y cómo deciden quién será la voz principal, ya que Adentro, por ejemplo, es interpretada por Mija.



En el bajo mundo se dice que “el hubiera es el verbo haber conjugado en tiempo pendejo”. Y es que son tantas y tantas las cosas que se me ocurren ahora que concluyo esta crónica, que no podría ser más evidente que el hubiera no es más que una ilusión. Por decir algo: no hubiera sido posible preguntarle a Jock por qué en Disco Buffet no usa el micrófono que lleva tatuado en el antebrazo, puesto que dicha sesión se llevó a cabo dos meses después de nuestro encuentro. Y tampoco hubiera podido cuestionar a quién se le había ocurrido la idea para el video de El club de los inocentes —una colaboración con CRYMES—, puesto que se estrenó días después de haberlos conocido. Por cierto, la rola sale un poco del estilo acostumbrado por Mostrip, pero es un temazo.


En fin, el hubiera no existe, sin embargo las segundas oportunidades sí, ¿recuerdan? Yo estoy muy pendiente para cuando llegue la mía; para escucharlos a través de unas bocinas que me hagan sentir el bajo de Mija hasta el tuétano, agitar la cabeza al ritmo de los solos de Papi, cantar con Jock, zapatear al ritmo de los tambores y, ya de paso, hacerle a todos los integrantes las preguntas que han surgido a partir de que me he vuelto un fanático de la música de Mostrip. Ya llegará la ocasión, de momento seguiré lidiando con la resaca que tengo desde aquel sábado.


Salgan un rato a escuchar lo que suena fuera de la caja y manténgase felices.


Carlos P. Jordá por Fátima Perea.

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